Historias de Camargo Rain

~ Novelas de aventuras

Historias de Camargo Rain

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Ejemplo de inicio de un cuento (2)

25 sábado Jun 2016

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amazon kindle, Camargo Rain, cuento fantástico, libro de cuentos, literatura actual, narrativa

Este cuento, que se llama Escalera al cielo, comienza así:

Joshua I, de apellido Sagan, sobrino del legendario exobotánico que nunca supo si era hombre o mujer, estaba montado en un globo de aluminio cuando se le ocurrió la idea: mirando hacia abajo las cosas se ven mejor. ¿Y por qué no…?, se dijo. Luego miró hacia arriba, y lo que pudo contemplar hubiera bastado para desanimar a cualquiera: miles y miles de estrellas centelleaban por todas partes. Joshua I no tenía ni idea de astronomía recreativa (ni de la otra), pero como a tantos que le precedieron, no le hubiera importado subir al cielo. Cosa curiosa, por otra parte, en un intermediario, como era él.

Aquella noche se lo comentó a su compañera sentimental, porque Joshua I tenía compañera sentimental […]

… y de esta forma continúa durante media docena de páginas. ¿Queréis leerlo entero? Nada más fácil, pues es el primero de un libro de cuentos, y no de un libro de cuentos normales, no, sino de un libro de Cuentos de risa,

9 cuentos de risa 3,2,4,2 libre pequeña… y como se da la circunstancia de que está en Amazon a disposición de quien lo quiera, y lo que es más, que como este portal te deja echar un vistazo al principio del texto de cualquier libro (para que la gente que lo mira se haga idea de qué va a encontrar), resulta que el cuento se puede leer entero por el morro. Y me parece que hasta un trozo del segundo…

Bueno, pues si vas a este enlace…

https://www.amazon.es/dp/B01D943JR4

… observarás que es la página del libro. Sobre la misma portada dice: «Echa un vistazo» (si lo que miras es la página en inglés dice «look inside»). Haz clic ahí y te sale el texto prometido. Te lo lees, si quieres, y ya me contarás. Y de nada, que esto es bastante más que un ejemplo de inicio de un cuento.

Los libros son imágenes, o aún mejor: son películas

23 sábado Abr 2016

Posted by camargorain in literatura

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amazon kindle, Camargo Rain, cine y literatura, lectura, libros, narrativa, novela contemporánea

libros de avent pavo real 3 pequeña

Literatura y cine

Entre estas dos Bellas Artes hay muchos paralelismos, en general con ventaja para la letra escrita. Por ejemplo, tú compras una entrada de cine, pagas 4 o 5 €, entras, te sientas y, durante hora y media, contemplas una serie de imágenes, es decir, fotografías (a un ritmo de 24 por segundo). Luego se enciende la luz, la gente se levanta y te tienes que ir, que hay que dejar el sitio a los de la próxima sesión, y cuando sales sueles ir pensándolo: no estaba mal este rollo, etc., o todo lo contrario, que eso depende.

Con uno de estos libros eléctricos sucede algo parecido, a saber: compras un libro (más barato, 3 €, o 2,99, por afinar mucho); te echas en una hamaca (o en la cama, o te sientas en el banco de un parque, o resulta que vas en el metro o en un autobús…), lo abres y te sumerges en la lectura, que también son imágenes…

–¿Son imágenes?

–¿Ah, no?… Pues ¿que ves tú en las páginas de un libro? ¿Ves letras? Eso no le sucede a casi nadie. La gente, la mayor parte, no ve letras en las páginas de un libro, sino imágenes. ¿Qué son, si no, los protagonistas de los cuentos, que tienen el cuerpo hecho de sopa de letras? Sí, y no sólo los protagonistas, sino también los personajes secundarios, el leñador y la bruja del bosque y tantos otros; los animales de sus corrales y los lugares en que todo aquello sucede; los bosques y los paisajes y hasta el fondo del mar; todo está hecho de sopa de letras. Los libros que leemos son una pura sopa de letras, no hay más que ver las páginas un poco de lejos, y esto es así porque sucede un fenómeno inexplicable y que voy a intentar aclarar. Los ojos de la cara ven letras, sí, pero los ojos de la mente…, fíjense ustedes, los ojos de la mente no ven letras sino que ven caras, ven cuerpos y ademanes (muecas, contorsiones, aspavientos…), ven paisajes y nubes y objetos de todo tipo. ¿No es esto precisamente la magia?

En los cuentos yo he visto mil y una máquinas y entidades. Ranas verdes, brujas, leñadores, barcos de tres palos, hermanos perdidos en un bosque, cielos estrellados, bellas durmientes, y sin embargo sólo veía letras, igual que ve usted, quien me mira. Son los caprichos y las ilusiones de la mente, lo que sucede cuando nos adentramos en el reino de los pensamientos encantados, lo que nos sugieren las infinitas sopas de letras que danzan en el Universo…

¿He de añadir alguna otra cosa, para convencer incluso a los más recalcitrantes escépticos? Ya sé que hay personas a las que alargas un libro y les dices, mira, echa una ojeada a esto, y levantan las manos como si les hubieras apuntado con una pistola. Luego añaden, no, yo…, y mueven las manos sin saber qué hacer con ellas…, aunque el libro no lo cogen, eso desde luego.

En fin, que así están las cosas y ellos se lo pierden. ¡Ah!, y al acabar no te echan del cine, que va. Al acabar, si te ha gustado, te puedes quedar a la siguiente sesión, es decir, volver a leerlo, y todo por el mismo precio. ¿Alguien da más? ¡Y luego dicen que el pescado es caro!…

 

Descarga de libro gratis

14 lunes Mar 2016

Posted by camargorain in literatura

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amazon, Camargo Rain, el notario de liébana, kindle, misterio, narrativa, suspense

notario liebana 5,6,3,2 205

El lunes 14 de marzo, el miércoles 16, el viernes 18, el sábado 19 y el domingo 20 (Domingo de Ramos) podéis descargar (gratis, como es lógico) esta narración de misterio o suspense, o al menos parece en todo momento que va a pasar algo, o que soterradamente se masca la tragedia… Bueno, no es para tanto ni la voy a destripar, y además son sólo 50 páginas, pero ellas dan para contar una de las muchísimas aventuras que a Juan Evangelista (uno de mis personajes preferidos) le sucedieron durante su dilatada vida. Esta ocurre en la isla de Mallorca (y en los mares aledaños) durante una primavera de finales del siglo XIX, y el final tiene tela, que la cosa no acabó mal de puro milagro… Aunque eso sí, el notario tiene gracia.

El enlace para descargarla es este:

http://www.amazon.es/gp/product/B014VG78SA

 

Las gemelas

06 jueves Feb 2014

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años 60, años 70, charli en wonderland, generación yeyé, literatura, narrativa, novela española actual

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Este es un trozo de una historia que he escrito últimamente (ya es la undécima o duodécima, he perdido la cuenta) y se llama «Charli en Wonderland». Es un retrato de la generación española que nació alrededor de 1950 (la generación yeyé), y en ella se cuenta la historia de dos hermanos gemelos, uno de los cuáles (Pancho) tuvo a su vez dos hijas gemelas, las gemes, y el otro (Charli) ningún hijo, sólo sobrinas, que ya lo dice el refrán: a quien Dios no da hijos, el diablo le da sobrinos… Pero esto es una broma, puesto que las niñas (al menos las que aparecen en este libro) son un encanto, y para dejar constancia de ello ahí va una de las elucubraciones de estas elementas, es decir, uno de los capítulos de tan ingente narración, que podría situarse alrededor de la mitad de los años 90 del pasado siglo. La Prudencia que aparece en las líneas que siguen, por decirlo ya todo, es la chica que cuidó de ellas mientras fueron pequeñas, puesto que no tenían madre (se murió en un accidente de coche, episodio que también se cuenta en la novela, aunque no aquí)…, pero no digo más, que con esto está todo explicado. (La foto que antecede es una de las muchísimas que Charli, que era un fotógrafo habilidoso, hizo a las niñas).

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Gemes

Yo soy Carina y mi hermana es Adriana, pero lo que voy a contar lo podría contar igualmente ella porque somos muy parecidas, somos gemelas, o mellizas, bueno, que eso no lo sabe nadie. Ahora soy Adriana, porque ya digo que da igual una cosa que otra, todo depende del color del vestido, o del cristal con que se mire, ¿quién eres?, pues soy Carina y voy a contar por las dos lo que sucedió en la boda de Prudencia, porque ella se casó, al fin, con uno que conocía desde pequeña y con el que llevaba de novia los últimos siete años, a ver si estas niñas crecen pronto, decía él, y ella le contestaba, ¿qué más te da?, si todavía no tenemos piso, pero papá les consiguió uno al lado de su pueblo, y no sé qué cambalaches hizo que les salió baratísimo, era un piso nuevo en un edificio que estaba en mitad del campo, y una tarde fuimos a verlo. ¿Os gusta este?, les preguntó, porque me parece que hay otro más grande, pero no da al sur, y ellos dijeron que sí, que querían aquel, y luego el novio de Prudencia, que se llama Serafín, dijo al jefe, no sabes lo agradecidos que estamos por lo que has hecho, no sabíamos si íbamos a tener dinero para pagarlo, pero esto ya es otra cosa, yo creo que ahora ya podemos, ¿verdad?, y Prudencia dijo, ¡jo, pues vaya regalo…!, tú ya has cumplido para lo de la boda, que si no es por ti…, y papá dijo, déjate de rollos que más me has resuelto tú, que estas niñas estaban sin madre y ese es un papel muy comprometido, hombre, tenían a Charli…, dijo ella, y todos nos reímos, ahora te casas, pero imagino que seguiréis viéndoos, hombre, eso espero, por lo menos hasta que vayan a la universidad, y luego nos fuimos a merendar a casa de los padres de Prudencia, que estaba allí al lado, adonde habíamos ido muchísimos fines de semana, desde pequeñas, cuando ella nos llevaba porque nos quedábamos solas en la casa de la plaza de La Aduana, ¡pero mira quién está aquí…!, Adriana, hija mía, y Carinita…, ¡pero qué guapísimas estáis!, y es que la madre de Prudencia es nuestra abuela, aunque no es como la de Cádiz, claro, es completamente distinta, va siempre vestida de negro y tiene los dedos deformados de trabajar la huerta, ¡ah, ya…!, pero ¿y los tomates?

Aquello sucedió cuando teníamos once años, y a nosotras nos vistió Prudencia con unos trajes de lo más historiado, como con muchos volantes, y le llevamos las arras. Charli hizo las fotos, y cuando estábamos allí, junto a los novios, con la música y todo lo demás, como él estaba detrás del cura, y no le veía, nos hacía muecas para que nos riéramos, y yo miraba a Adriana y ella miraba a otro lado, ¡jo, si es que está loco…!, y luego, en el comedor, nos pusieron cerca de la barra, junto al grifo de la cerveza, Serafín dijo, os ha tocado esta mesa, pero yo creo que es la mejor, y miró a Charli, está al lado del cañero. Mi padre todavía, pero Charli fue con vaqueros y nosotras le dijimos, ¡jo!, pero ¿tú estás mal?, ¿por qué no has traído otros pantalones?, pues porque no tengo, dijo él, y además da igual porque yo soy el fotógrafo y ya se sabe que los artistas somos muy raros, ¿tú crees que alguien se va a extrañar?, si Prudencia me conoce desde antes de que vosotras nacierais…, y además, ¿no os lo creéis?, pues vais a ver, señora madre de Prudencia, estas niñas dicen que vengo muy mal vestido, y ella se rió, ¡pero si eres el mejor de todos, qué tontería!, y nosotras nos miramos, ¿lo dices en serio?, por supuesto, hijas, tu tío es el más vistoso de los que hay por aquí cerca, ¿o no os lo parece a vosotras?, y luego le cogió por la cintura y le dijo, ¿te lo estás pasando bien?, hombre, claro, sobre todo con los langostinos, niñas, si os sobra alguno…, y la madre de Prudencia se reía y le dio a Charli en el culo, anda, anda, que no te confundan estas chavalas, y Charli nos sacó la lengua, ¿lo veis?

Luego, un día en que estábamos en casa, vi a mi padre y a mi tío juntos, estaban de pie en la cocina comiendo anchoas de un tarro y me puse con ellos, y mientras comía intenté explicarles mi punto de vista, pero volví a salir trasquilada, yo les dije, es que vosotros sois unos ordinarios…, y Charli se rió, niña, ¿dónde has aprendido esa palabra?, ¿por qué?, ¿está mal dicha?, no, qué va, está muy bien dicha, pero no se me había ocurrido que la supieras, y añadí, los padres de mis amigas van de corbata, y Charli se rió otra vez, ¿en casa?, ¡ay, no seas pesao…!, y así sucedía casi siempre, que me tomaba el pelo, pero un día él entró en casa sin que le viéramos, entró con su llave, se puso un traje de papá, uno azul oscuro, y camisa limpia y corbata de rayas, todo muy lujoso, volvió a salir y llamó al timbre. Fui a abrir y me encontré a un señor que no conocía…, ¿está don Francisco?, y yo me eché a reír, ¡aaay…, pero mira que eres tonto…!, y le cogí de la mano, entra, entra, que te tienen que ver Adriana y Prudencia, y ellas dijeron, ¡qué guaapo…!, ah, ¿nada más..?, pues sí, que te podías haber cambiado también de zapatos.

Ahora soy Adriana, y una vez que estaba con el violín en la mano Charli me dijo que tocara algo, toca algo, niña, que ya quiero oír algo serio, ¿algo de qué?, pues algo de Vivaldi, por ejemplo, ¿no sabes nada de Vivaldi?, y yo dudé, aunque al fin dije la verdad, sí, pero no tengo técnica suficiente, y Charli se rió, ¿no?, ¿tú que sabes, no tienes técnica suficiente?, ¿pues entonces cómo le llamas a lo mío?, y yo torcí el gesto, es que tú eres un aficionado…, aunque luego rectifiqué, bueno, pero tocas bien, ¿eh?, que a mí me gusta mucho escucharos cuando tocáis juntos…, sobre todo eso de Bach…, ya, el rondeau…, sí, y lo del tico tico…

Y ahora soy las dos, soy dúplice, soy Adrina y Cariana en una sola pieza, y digo que un día Charli nos dijo, venid aquí y haced lo que os diga, el tenía la cámara, a ver, ponte ahí y di a, ¿a?, sí, aaaa…, y ahora di e, eeee…, y ahora di i, y nos lo hizo a las dos, o a mí dos veces, y luego nos enseñó las fotos y en ellas aparecían Cariana y Adrina con cara de susto, ¿de susto?, bueno, y de alegría, con toda clase de caras, ¡huy, qué daño…!, ¿pues qué te pasa?, que me han pisado un pie…, y él dijo, esto son cosas antiguas, de cuando aún no habíais nacido, yo ya lo hacía entonces con otras niñas, y nosotras le miramos escamadas, ¿con otras…?, ¿con cuáles?, pues con una que tuve a mi cargo hace muchos años, era muy guapa, como vosotras, y ella me enseñó…, ¿qué te enseñó?, pues me enseñó lo que sois las niñas, imprevisibles seres de fábula que nunca dicen lo que esperas sino todo lo contrario, facultad que está al alcance de muy pocos, que yo tenía que practicar porque sabía que algún día apareceríais vosotras, ¡sí, anda…!, sí, es la verdad, y os puedo contar cosas más antiguas, ¿queréis oírlo?, sí, a ver, pues recuerdo que otra vez, cuando éramos muy pequeños, debíamos de tener ocho o nueve años, habíamos cogido el tranvía para ir a la casa de la playa, y subió una señora que llevaba pantalones, y el tranviario le dijo que ni hablar, que allí las mujeres no podían ir con pantalones, y la hizo bajarse, y eso que iba con dos niños…, ¿qué os parece?, pero es que aquellos eran otros tiempos, los tiempos del cuplé, y hablando de antigüedades, ¿a que no sabéis lo que es un coño?, y nosotras torcimos el gesto, ¿veis cómo no lo sabéis…?, pues un coño es un mechero de los que había entonces, había un modelo que llevaba una mecha de algo que parecía algodón, a aquellos también los llamaban contra viento y marea porque se encendían aunque hubiera un huracán, y otros que más que mecheros eran chisqueros, estos ya eran muy modernos porque se cargaban con gasolina, y los llamaban así porque, aunque entonces eran el último grito, todo el mundo tenía uno, y cuando alguien lo sacaba, los demás decían, ¡coño!, como el mío…, ¿y queréis que os cuente otra cosa aún más antigua? Pues esto sucedió un día que iba por el pasillo cuando debía de tener siete años, y al pasar junto a él sonó el teléfono, ese teléfono negro que todavía está ahí, y lo cogí y oí, su conferencia con San Sebastián tiene una demora de diez horas.

Ahora ya se os distingue mejor; por ejemplo, tú eres más alta, y por lo tanto, tú más baja, ¿yoooo…?, bueno, un centímetro o dos, que tampoco es demasiado, casi ni se nota, y además te puedes poner tacones para disimular, y ser baja también tiene sus virtudes porque el corazón no tiene que bombear la sangre tan arriba, pues tú eres alto, hombre, depende con quién me compares, si me comparas con Magic Johnson…, ¡anda, mía qué listo…!, y luego Charli, que siempre andaba enredando, se fue en pleno verano a los jardines del palacio de Aranjuez, que según ellos decían debía de ser un lugar maravilloso, todo lleno de fuentes y de flores y de árboles antiquísimos, a escuchar unas cantatas de la época del barroco, eran cantatas de Scarlatti, no puedo faltar, además, allí igual ligo, que va un personal muy raro, y cuando volvió le preguntamos, ¿ligaste con alguien?, pues no, había mucha gente, todos igualmente pijos y saltarines, pero macizas no vi ni una, no deben de andar por estos sitios, aunque la música estuvo muy bien…, ¡jo, y yo aquí, con los exámenes de septiembre!, bueno, pero ya te llevaré, no te preocupes, ¿cuándo?, en cuanto crezcas.

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Recetas de cocina que aparecen en mis novelas

08 viernes Mar 2013

Posted by camargorain in fotografía

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Cocina, comida española, fabada, literatura, narrativa, novelas, vichyssoise

Estas son recetas de cocina que aparecen en algunos de mis libros, pues en las novelas, en especial si son de aventuras, cabe todo.

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Sobre la vichyssoise.

Esto lo dicen Eduguá y Sandy en La aventura de las luces azules:

Eduguá:
[…] Una de aquellas noches en el Puerto de las Nieves, Louis nos enseñó a los demás a hacer vichyssoise, esa especie de sopa que dicen que inventaron los franceses  y constituye el mejor depurativo de la sangre que nunca he conocido. Nos bebíamos litros. Para desayunar, después de una noche sin dormir, no hay nada que se le pueda comparar; quizá el chocolate con churros y compota de manzana, pero eso allí era difícil de conseguir. A él le había enseñado a hacerla su madre, que era francesa, y luego yo enseñé a otras personas, porque estas cosas no conviene que se pierdan. […]

Sandy:
[…] Eduguá, además, fue quien me enseñó a hacer vichyssoise; a él le enseñó su amigo Louis, que también estaba muy bien, y a Louis, su madre, que era francesa, de la parte de Lyon. Está tirado. Se cuece en caldo puerro, cebolla y patata, todo picado, y luego se mete la batidora y se le añade leche para aclararlo. La vichyssoise está buenísima fría, sobre todo para desayunar. […]

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Sobre la fabada:

Receta de fabada que cuenta el Rockero en Crucita y yo:

[…]
Uno de aquellos días Crucita cometió la imprudencia de decir a Monticola lo siguiente.
–Oye, ¿cuándo nos vas a hacer una fabada? Llevas años diciéndome que vas a hacer una y aún no la he probado –y entonces el Rockero hilvanó una de las suyas.
–Hacer una fabada es muy fácil, escúchame bien, yo sólo te digo tres cosas: las fabes deben brillar. Si su piel es mate te han engañado, te han vendido del ejercicio anterior; esa es la primera… Oye, ¿no me has dicho que te lo cuente? Pues escucha. ¿Tú sabes qué es un cerdo granillero? Pues es el cerdo que necesitas, un cerdo que se ha alimentado de las bellotas y castañas caídas en el suelo; esta, la segunda. Te costará encontrarlos, pero cuando tengas ambos ingredientes, ya puedes ponerte a cocinar. Con un poco de cebolla, otro poco de ajo y unos chorros de aceite de oliva, no puedes fallar, te quedará bien hasta el pantruque. Y al final, cuando vayas a servirla, ten en cuenta que las fabes se sacan a la mesa en una sopera del siglo XVIII, una sopera del Barroco; si no, no es lo mismo… ¡Ah!, y la tercera, que se me olvidaba. Si se toma café debe ser de puchero, y, en plan de rizar el rizo, es mejor tomarlo por el culo; hace muchísimo menos daño. Sí, no os riáis. El café, a partir de ciertas edades, es mal admitido por el estómago y se debe tomar directamente por el intestino grueso en forma de lavativa. ¿Os seguís riendo? Bueno, ya os enteraréis de mayores de lo que vale un peine. ¡Qué atrevidas sois las jóvenes! […]

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Carta de un restaurante y manejos culinarios que Juan Evangelista cita en el último libro de sus aventuras, Perpétuum móbile.

[…]
¿Qué decir, por ejemplo, de las patatas meneás, cuyos únicos condimentos son ingredientes tan humildes como el laurel y el pimentón, o del limón de la Peña de Francia, esa inhabitual ensalada de los días de fiesta en las remotas dehesas de mis antepasados? Aquello, seguramente, se aderezaba ya a finales del siglo XVII, y cuando la probé percibí una oleada de viejos recuerdos que me trasladaron hasta mi más antigua infancia.
Allí estaba el aya, y a su lado la cocinera que oficiaba en casa de mis padres, señora de abundante aspecto y ojos llenos de curiosidad. Las dos me contemplaban con asombro, pues mis tempranas anomalías, de las que tanto dije, eran la mayor preocupación de cuantos habitaban en mi primera morada, pero cuando vieron que aceptaba sin reparos lo que en aquella ocasión habían preparado, que no habían sido pocos los experimentos anteriores que rechacé –y ello sin decir nada de la repugnancia que me provocaba la leche materna–, el clamor nació en el primer piso, ¡el niño ha comido!, ¡el niño ha comido…!, se trasladó a los cuartos de la servidumbre y desde allí llegó a la planta baja, a la ingente cocina y sus dependencias, a la huerta, los cobertizos, almacenes y tinglados que había adosados a la altísima pared de piedra que nos separaba del mundo exterior, y como todo ello sucediera un buen día a la hora del Ángelus, fue tomado como un prodigioso signo de la voluntad divina y celebrado con raciones extras para la servidumbre y el ganado, y poco faltó (ahora que lo pienso) para que repicaran también las campanas de la vecina catedral.
¿Y qué era ello? Antes le di el farragoso nombre de puré de la manzana del amor añadido de tenues, abundantes y transparentes tirillas de jamón, pero hoy, cavilando sobre ello, creo que se le podría aplicar otro más parco y acorde con su índole, cual es el de gazpacho de pastor, pues tal es la forma en que actualmente se conoce esta mixtura en los restaurantes y lujosos paradores de mi país.
Tiempo me faltó, una vez que recordé con precisión semejante episodio, para poner manos a la obra, y armado de batidoras y afilados cuchillos dar punto acertado a tan suculento manjar, por supuesto desconocido en nuestras latitudes, lo que constituyó uno más de los experimentos que por aquellos tiempos llevé a cabo y culminé bautizando como origen de la vida, golosina que disfrutó de perdurable éxito entre la clientela extranjera, que nunca había podido imaginar algo semejante.
Luego inventé la paella de ajo, simple conjunción del arroz mediterráneo y la sopa de ajo, que llegó a mi cabeza como descendida de los cielos durante una de mis habituales ensoñaciones de perpetuo insomne, y más tarde puse a punto la olla ferroviaria, que se componía de carne, patatas, alubias y berza, y que quienes hayan seguido mis pasos recordarán como producto de aquella noche en que, habiendo comenzado a nevar de manera inopinada, nos quedamos atascados en la locomotora del ferrocarril que nos trasladaba por las llanuras norteñas de la provincia de Palencia, cuando hicimos el potaje con carne de lobo.
Pocas comidas de enjundia son típicas del país que entonces me acogía, pero fiado en mis artes y recuerdos, pues una larga vida aporta multitud de conocimientos, transformé la carta que había escrito la negra en historiado documento, y allí se daban cita y se encontraban los orígenes de la vida con el nuégados y el alajú, las costradas con los ajoarrieros y las sopas de bestia cansada, y los lomos y perniles, puro magro añejo de gigantesco cerdo negro como los que en aquellos tiempos hozaban en libertad en los encinares y dehesas de los campos que me vieron nacer, con las chuletas del campo charro, que mis corresponsales de la vieja Miróbriga, con quienes me había puesto en contacto, me enviaban por avión.
Pero no quiero seguir con fastidiosos comentarios acerca de lo que de sí puede dar una cocina, de forma que, saltándonos buena parte de lo que cabría decir, hablemos para finalizar de la leche búlgara.
–Tómese este bebedizo, que le arreglará el cuerpo.
El pipío Marlowe miraba con prevención el vaso que le presentaba.
–¿Qué es esto?
–Lactobacíllum bulgáricum con mermelada de tomate. Le aseguro que se parece a la droga de la eterna juventud, y aunque a usted no le importe semejante extremo, le sentará de maravilla a su hígado.
El pipío Marlowe lo probó, hizo una mueca y apuró lo que quedaba. Luego se limpió la boca con el dorso de la mano.
–¿Puede ponerme un poco más? Creo que me vendrá bien antes de las cervezas. Ta güeno, cuñao…
–Sí, claro, y le pondré también un acompañamiento de gajos de mandarina, que es usted cliente distinguido de la casa; ya lo sabe. Además, ¿le parece si nos tomamos esas cervezas en la terraza? Creo que la brisa de hoy nos refrescará.
… pero a la postre mis manejos eran muy limitados, sobre todo si los comparaba con las cosas que pude leer en los libros que trataban tales asuntos, a los que pronto me aficioné. El gran Leonardo da Vinci, por ejemplo, que siempre desatendió su trabajo de artista pues no le producía sino sinsabores, distinguía sobre todas las cosas el artefacto mecánico para confeccionar espaguetis, que era su invento preferido; tenía en la más alta estima su labor como jefe de cocinas de Ludovico Sforza, Gran Duque de Milán, y para los banquetes contrataba a cuantos escultores podía y los empleaba en tallar zanahorias y nabos en forma de caballitos de mar, y, en fin, con ocasión de algún regio y nupcial acontecimiento, confeccionó con mazapán un modelo del Palacio Ducal del tamaño de un campo de tenis. Díganme ustedes si tan altas empresas admiten comparación con mis modestos tejemanejes, pero ello nunca me desanimó y procuré en todo momento superarme. Y ahora, dejémonos de comentarios y prosigamos con el interminable cuento, del que aún restan algunas secuencias.
[…]

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También pueden verse estas direcciones
https://sites.google.com/site/librosparaviajar/

https://sites.google.com/site/lacocinaespanoladesiempre/

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Solsticio de verano

21 martes Jun 2011

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aventuras, narrativa, noche de san juan, solsticio, verano

Hoy, 21 de junio de 2011, a las 5 y cuarto de la tarde (aproximadamente) transcurre la Tierra por el punto de su órbita más alejado del Sol, lo cual se determina por observaciones astronómicas. (La órbita de la Tierra alrededor del Sol no es circular, como es sabido, sino elíptica, luego en un extremo de ella estará más lejos –del Sol– que en la otra). Tal suceso (que como es lógico, se repite todos los años) se ha tomado como referencia para establecer el comienzo de la estación a la que llamamos verano, y da pie a las personas para celebrarlo de manera especial (aunque en lugares eminentemente festivos como España no hubiera sido necesario, pues aquí, ¿cuándo no es fiesta?). La más conocida de estas celebraciones es la denominada noche de San Juan, la que va del 23 al 24 de junio, en la que es tradición deshacerse de lo antiguo quemando trastos viejos…

Sobre las llamas de la hoguera purificadora vuelan sillas desvencijadas, antiguas anotaciones, cepillos de dientes…

–¿Y amores no correspondidos?

–Por supuesto. Y malhumores, impaciencias y amarguras, pesadumbres y sinsabores, aflicciones y desengaños y todas esas cosas que no deben quedar en la memoria.

Es esta una tradición muy arraigada en la civilización occidental, algo que gusta mucho a todo el mundo, en especial a los jóvenes, que lo celebran ruidosa y alcohólicamente, y como no podía ser menos, en varias de mis novelas se hace referencia a ello. Por ejemplo, el Viaje al verano es la pormenorizada historia de una noche de San Juan, pues el libro completo transcurre durante una de ellas. En Europa barroca también se menciona, y Eduguá, y luego la negra, hacen alusión a alguno de estos acontecimientos, a los que sin duda asistieron, y Crucita (de Crucita y yo), cuenta la vez en la que, teniendo dieciocho años, se fue con Atahualpa (su novio bueno, porque también tuvo otro malo, pero aquel se llamaba Rafa) a vivir uno de estos acontecimientos en una playa del norte (del norte de España, se entiende). Por fin, en Las estaciones los niños hacen una fiesta (comandados por su madre), con hoguera y paella incluidas, en la que se purifican simbólicamente arrojando al fuego cuanto les sobra. Y como de todo ello debería poner algo para que la gente lea, que leer es muy sano e instructivo, yo creo que lo mejor es escuchar a Crucita (que es una joya de mujer, o sea, de chavala) y lo que dice de aquella a la que asistió. Semejante texto es como sigue:

… y en los días que siguieron, ¿quieren saber ustedes lo que sucedió? Pues que me fui con Atahualpa a ver en directo la noche de San Juan, la noche de San Juan de aquel año a una playa pequeñita y pedrera del norte de España, una desconocida playa del norte de España en una noche con luna.

En aquel lugar no había fiesta multitudinaria, no, que sólo eran quince o veinte entre chicos y chicas. Todos estaban allí, alrededor de la hoguera, pero sin hacerla mucho caso porque estaban muy ocupados ligando, y tampoco tenían música, la música fue la de las olas del mar. Yo me bañé in púribus, ¡cómo si no!, y Atahualpa también, y un perro que andaba por allí suelto y a su libre albedrío se bañó con nosotros e insistió en sacarnos del agua. ¿Pensará este perro que nos vamos a ahogar? Pues sí, así debía de ser, porque a mí me empujaba con el morro hacia la orilla y aullaba lastimeramente en la medida en que podía, aullaba un poco pero se callaba en seguida, en cuanto tragaba agua. Sin embargo, seguía imperturbable con su trajín de salvavidas, empujándonos y empujándonos mansamente…, y luego fuimos con unas toallas improvisadas a secarnos a la hoguera. La hoguera era una hoguera muy buena, con mucha brasa, para secarse perfecta, y nadie nos miró sino que nos dijeron adiós cuando nos fuimos, ¡hasta el año que viene!, ¡adiós! El perro, en un despiste de los de la hoguera, se comió unas cuantas chuletas que había preparadas en una parrilla al lado del fuego, pero no sucedió nada porque los que allí estaban no se dieron cuenta, se darían cuenta después y el perro se vino con nosotros. Se veía que nos había tomado apego y nos acompañó hasta el coche a buen paso y jadeando, y a partir de entonces Atahualpa y yo cantamos mucho juntos, a lo mejor por las reminiscencias de aquel perro tan listo. ¿Te llamabas Caruso en vez de Tutifruti? Pues otra cosa sería más difícil porque llevabas una chapa en el collar que así lo decía, aunque, ¿quién no cambia de nombre varias veces en esta vida?, pero a nosotros nos inspiraste, y en los días que siguieron cantamos muchísimo por los acantilados del norte, por las llanuras de Castilla la Vieja y los bosques y montañas de aquel mi país, cantamos de noche y cuando hubo luna llena, o casi, porque es difícil acertar.

–¿Qué es lo que es difícil acertar?

–Pues cuando es el día de la luna llena. Ayer parecía que sí, pero hoy también. ¿Cuándo es luna llena? ¡Dímelo tú!

–Pero, Crucita, si siempre es luna llena. ¿No lo notas…?

Atahualpa tenía una furgoneta, una Volkswagen vieja como las de las fotos antiguas, y nos pasamos el verano durmiendo en ella, aunque a veces también íbamos a hoteles, claro, ¿qué se pensaban ustedes?, nos teníamos que duchar, ¿no?, y otras nos bañábamos en pozas que encontrábamos, una vez en un lago fangoso, pero como era al atardecer no lo pudimos evitar, y fue tal nuestra ansia de soledad y purificación –sería para recuperar el tiempo perdido–, que buscamos los lugares más desiertos, los más apartados páramos y las mayores y más escabrosas quebradas del oeste de la provincia de Salamanca. Nos metimos por caminos y más caminos y un día no sabíamos ni en dónde estábamos…

Como colofón a lo anterior os dejo un enlace. Es una minipelícula que dura un minuto, y su título ya dice de qué va:

El verano (película de 1′ 03″)

Niña guapísima

05 viernes Nov 2010

Posted by camargorain in fotografía

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alucinación, chavala, España, foto pintada, futurista, narrativa, retrato

No sé si saben ustedes que yo estoy casado con una negra, una negra de verdad (no una mulata), y que, entre otros, tenemos una hija que es un compendio de las virtudes humanas, tal y como se puede apreciar en la foto que antecede a estas líneas. Es una niña muy guapa, sí, pero ello está justificado si se piensa que el mestizaje es lo más conveniente para los seres vivos, como sabe cualquiera que haya estudiado la evolución de la materia. Esta niña, ya que hablamos de ello, tiene un montón de antepasados de todos los pelajes, y aunque la cosa es complicada, voy a intentar describirlo aquí de una forma rápida.

Yo, por ejemplo, por parte de madre, genealogía que por falta de documentación nunca estuvo muy clara, tuve una tatarabuela apache chiricahua y un montón de ancestros asturianos, seguramente de las tribus salvajes de las montañas, aunque más modernamente simples cazadores de ballenas, pero por parte de padre la cosa es mucho, muchísimo más complicada. Por parte de padre soy descendiente de burgalés –es decir, judío, moro y cristiano– y tentenelaire. Esto de tentenelaire sí que es de difícil comprensión. Tentenelaire lo era mi abuela Tente, y ya saben ustedes que fue muy rara, negra arrubiada de casi dos metros de altura que hablaba con el pensamiento. Tentenelaire es hijo –o hija, como fue el caso de mi abuela– de jíbaro y albarazada, o de albarazado y jíbara; jíbaro, a su vez, es descendiente de albarazado y calpamula (o al revés), y albarazado el vástago de jenízaro y china, o lo contrario. Lo de china lo entiende todo el mundo, pero, ¿y lo de jenízaro? Jenízaro es el descendiente de cambujo y china, y cambujo quien ha sido concebido y traído a la superficie terrestre por zambaigo y china. Zambaigo, para dar la vuelta completa al círculo, es el hijo de chino e india piel roja, o lo contrario, y la negra (mi mujer, como decía antes) también aportó los genes de la Costa de los Esclavos, en los que por desconocimiento prefiero no entrar, además de –según le he oído contar en más de una ocasión– ciertos rasguños de raza aria, de forma que con ello cerramos el círculo de todas las posibilidades. Bien es cierto que nos quedan los polinésicos, de quienes no se ha hecho mención, pero yo espero que a eso, con los años, le ponga remedio nuestra vástaga (la de la foto), si le queda humor para ello.

Noche de san Juan

23 miércoles Jun 2010

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fotografía, narrativa, novela, playa

A guisa de ilustración coloco aquí unos enlaces y otras movidas para que quien quiera les eche una ojeada; el texto está sacado de una de mis novelas, «Europa barroca«.

A los que nos fuimos aquel año del college nos hicieron una fiesta de despedida en la piscina, una fiesta en la que estuvimos todos metidos en el agua, y a una profesora que no quiso meterse porque no tenía traje de baño, la tiramos y después no quería salir. Comimos y bebimos en el agua, dimos saltos desde el trampolín, echamos carreras, y luego, al final, salimos del edificio, hicimos una pira con todo lo antiguo, la ropa vieja, los lápices gastados y rotos, los apuntes que nunca más íbamos a ver…

–¿Y los amores no correspondidos?

–Sí, por supuesto, también los amores no correspondidos. Y los malhumores e impaciencias y amarguras, las aflicciones y desengaños y todas esas cosas que no deben quedar en la memoria…

… y estuvimos bailando a su alrededor hasta que amaneció; también bebiendo bastante de un combinado temible que teníamos en un balde, e invitamos a todo el mundo, condiscípulos y profesores. Cuando una es joven puede bailar y beber hasta la amanezca, y cuando la fiesta termina, cuando comienzan a clarear los cielos de oriente, es el momento de hacerse un ovillo sobre la hierba, a ser posible debajo de un árbol, y dormir en grupo con los que te han acompañado. Algunos roncaban, pero eso sucede siempre y no era el momento de protestar.

Los piratas de las gafas de sol van a tomar unas cañas

Viaje al verano

El verano en la costa norte de España (2’12»)

Una botella en el océano

12 miércoles May 2010

Posted by camargorain in fotografía

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aventuras, marina, narrativa, novela

 

Todo el mundo ha oído hablar de botellas en el océano. Unos las arrojan y otros las encuentran. Es lo mismo, o tan improbable una cosa como la otra, porque hoy en día poca gente tira botellas al mar, y no digo nada de los que casualmente se topan con ellas, que se pueden contar con los dedos de la mano… Esto serviría como metáfora de lo que sucede en internet con las cosas que escribe la gente (los pocos que ponemos algo aquí, que los demás se limitan a chupar rueda), y es que navegan en un océano tan enorme que encontrarlas es parecido a lo de la aguja en el pajar.

Bueno, pues el caso es que yo he escrito acerca de ambas situaciones, las dos veces en la misma novela («Europa barroca»), y para que veáis que no me tiro faroles, ahí van los trozos a los que me refiero:

 Cuando alguien las arroja (página 363 de Europa barroca):

Sandy y yo tuvimos una temporada, una temporada cortita, de rollo macabeo, de rollo patatero, ¿qué íbamos a tener?, yo le llevaba casi veinte años… Sandy vivía en su casa de siempre, con Claudia y Pedro, pero tenía otra alquilada, un ático viejo en un tejado que daba a un patio, y fuimos allí a veces. Tal y como quería le hice un montón de fotos, fotos caminando por la calle, fotos en las mesas de los bares, fotos al lado del mar una vez que hicimos una excursión hasta un lugar desde el que, aunque lejos, se veía África, una excursión que duró varios días y en la que lanzamos al mar un mensaje en una botella. Esto era algo de lo que habíamos hablado cuando era pequeña pero nunca habíamos llevado a cabo.

–¿Quieres que lo hagamos ahora?

–¡Huy, sí!

–Bueno, pero ¿cuál va a ser el mensaje?, ¿qué vamos a escribir…? Escribe tú algo, que ya eres mayor.

Sandy lo estuvo pensando durante una mañana tumbada en una playa de piedras, y luego, tras buscar un papel marrón que parecía antiguo, con un pincel y su fantástica letra, toda llena de adornos y jeribeques, escribió,

¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,

reputándolo yo por desvarío,

vi mi mal entre sueños, desdichado!

Soñaba que en el tiempo del estío

llevaba, por pasar allí la siesta,

a beber en el Tajo mi ganado;

y después de llegado,

sin saber de cuál arte,

por desusada parte

y por nuevo camino el agua se iba;

ardiendo yo con la calor de estiva,

el curso, enajenado, iba siguiendo

del agua fugitiva.

 

Sandy me miraba ávidamente.

–¿Te gusta? ¿Tú crees que sirve…?

Yo me quedé por completo ensimismado. Cuando lo leí estaba sentado en una terraza mirando al mar solitario, y de repente me encontré totalmente distendido, como si me hubiera enchufado al bálsamo de las huríes… Siempre he tenido mucho miedo a la magia propia de las mujeres, de forma que la miré, me reí y le dije,

–Tú me quieres liar.

Sandy me miró también; mejor dicho, se me arrimó.

–¿Sabes de quién es?

Yo contesté,

–Sí… Bueno, de alguien del Siglo de Oro.

A Sandy no le costó nada decirlo, y lo dijo como hay que decir estas cosas.

–En realidad lo he escrito para ti. ¡Tú eres el del agua fugitiva! ¡Y el que ve su mal entre sueños, desdichado!

A mí me dio la risa. Sandy era una verdadera artista, todas sus manifestaciones lo eran.

–Hija mía, haz algo mal, que no quiero enamorarme de ti.

Sandy se apoyó aún más.

–¿Ah, no? ¿Y yo qué…? Cuando era pequeña estaba enamorada de ti, y no me hiciste ningún caso.

–Ja, ja… ¡Pero tú eras una niña!, y las niñas…

Sandy me agarró de un brazo.

–¿Quieres saber quién eras tú? Cuando yo era pequeña, tú eras el demonio. Tú eras un tío que, cuando te cortaban el pelo, a los pocos días ya volvías a tenerlo todo disparado; te salían rabos por todas partes, igual que a los demonios en los cuadros del Bosco… ¡Esa era una facultad tuya diabólica!

Allí, en la hamaca, al final, medio agarrados, le dije,

–Oye, vamos a portarnos bien, ¿verdad?

Conseguimos una botella vieja, una botella buenísima y de cristal gordo, encerramos dentro aquel poético pergamino que glosaba las asechanzas del maligno, la cerramos con un corcho que casi no cabía y nos costó mucho meter, y la lanzamos al mar desde la orilla de la playa.

–¿Qué pensará el que la encuentre?

–¿Tú crees que la encontrará alguien?

–A lo mejor… O a lo mejor un pez martillo rompe el cristal y el papel es recogido por una sirena…

Todo esto sucedió al atardecer, sentados en una duna, mirándonos de reojo y cogidos de la mano, mirándonos incluso demasiado…

Al fin, ¿quieren saber ustedes cómo se resolvió aquella azarosa y volandera relación? Muy sencillo: Sandy, que era muy lista, tenía una amiga en California, y resultó que se casó de repente, o sea, que desapareció de la noche a la mañana; Sandy, fue Sandy la que desapareció de mi vida, y su amiga la que se casó. Tardó cerca de un mes en volver –un mes en el que me sorprendí comiéndome ligeramente los puños y mirando por la ventana, buscándola…–, y cuando volvió, un día en que me la encontré en su casa, la de Claudia, sonriente como ella era me dijo, oye, ¿sabes que mañana me voy?, ¿adónde, mujer?, a Noruega; ¡fíjate!, ¡vamos a hacer cabañas de troncos!, y de aquel viaje tardó tres meses en volver. Bueno, yo la entendí perfectamente, y lo de los puños se me pasó en seguida. Sandy siempre fue un modelo de discreción y buen hacer, siempre fue una niña buenísima.

Cuando alguien las encuentra (pagina 591):

María, mimada por sus padres, creció como crecen todos los seres vivos, y una tarde en que habíamos ido a dar nuestro vespertino paseo, una tarde cualquiera en que, haciendo tiempo para contemplar la imaginable puesta de sol transitábamos por la interminable playa que había frente a nuestra casa, encontramos una botella tirada en la arena. La botella era verde y oscura, pequeña y gruesa, vieja y pulida, y tenía un tapón de corcho, un tapón muy bueno, porque seguramente había resistido tempestades y turbonadas. La botella había llegado conducida por las olas, y tras rodar por la playa se había quedado milagrosamente frenada en el lugar más visible por la presencia de una piedra oportuna. María, que más que pasear, correteaba, fue hasta ella y se agachó a mirarla. Yo llegué a su lado, me agaché a mi vez y allí permanecimos los dos un rato, contemplándola sin saber qué decir.

–Tiene dentro un papel… ¿Tú crees que estará escrito? ¡Mira que si es un papel en blanco!

María me miraba ansiosamente sin atreverse a tocarla, pero yo la cogí y dije,

–Ven, vamos a abrirla –y fuimos hasta la duna y nos sentamos en su falda.

Me costó sacar el corcho, para lo que tuve que utilizar una herramienta que llevaba en el bolsillo, pero al final la destripamos sin romperla.

–¿Y ahora qué?

En su interior, doblada y húmeda, había una inconfundible hoja de amarillento papel.

–Sácala –y María, con los nervios a flor de piel, la sacó y me la dio.

Con toda la prosopopeya de que fui capaz, y muchísimo cuidado de no romperla, la desplegué y la miramos. Desde el ángulo superior izquierdo, una nereida dibujada por algún artista, una nereida burbujeante y muy finamente trazada con tinta que seguramente era china, nos contó un cuento de nereidas redactado en un idioma muy sencillo, tan fácil que hasta yo pude leerlo de corrido.

«A quien pueda interesar este mensaje escrito en papel de algas por una nereida del Mar de India. Aquí estoy con mis compañeras. Nuestro atolón no viene en las cartas, pero eso no importa; es un arrecife carmesí rodeado por lobos marinos que son nuestros amigos, que nadie tema nada. El Firmamento nos observa y atentamente escucha nuestros cantos, los cantos de las nereidas del Mar de India. A vosotros que me habéis encontrado, os pregunto: ¿tenéis vosotros también un sátrapa? El sátrapa es a quien hay que temer. Es un patricio gordo, sí, un patricio entrado en años, de escaso pelo blanco y túnica palmada. Estos eran personajes muy importantes durante el Imperio Romano; quienes fabricaban las armas, todo el armamento que utilizaban las legiones romanas, que eran muchas y nutridas. El patricio está recostado en un triclinio, y a su alrededor varias diminutas cortesanas le rendimos pleitesía. El patricio, que es gigantesco comparado con su entorno, y gordo y calvo, está a punto de comerse un bocadito. El bocadito es un ser humano convenientemente churruscado del tamaño de las cortesanas, del tamaño de nosotras mismas: este es nuestro sátrapa, y sólo come bocados escogidos. A veces se siente magnánimo y se nutre a base de cabras y niños diminutos, pero cuando se le va quedando caducada la munición, se molesta y suele llevarse a la boca el cadáver, convenientemente preparado, de una de nosotras; para eso es quien fabrica las armas…»

Llegado a este punto miré al horizonte marino, en donde con gran derroche de colores se ocultaba el sol, y tras dudarlo, dije,

–Una vez hice algo de esto con Sandy. ¿Alguien lo encontraría…? Nuestro mensaje era aún más raro que este. Sucedió hace mucho tiempo y también estábamos en una playa, y se ponía el sol. Fuimos hasta la orilla con otro enigmático papel metido dentro de una botella parecida a la que hemos encontrado –lo escribió ella con su fantástica letra–, y lo lanzamos al mar abierto lo más lejos que pudimos. Luego se perdió en lontananza y nos estuvimos mirando a los ojos. ¡Hija, qué tiempos aquellos…! ¿Tú no sabes quién era Sandy? Pues Sandy no era, que es tu seudoprima y anda por ahí con sus estudios a cuestas. Sandy la etimóloga y Sandy la polígrafa…

»Sí, en esta familia, que es la tuya, a las mujeres les ha dado por estudiar y a lo mejor a ti te sucede lo mismo. Por si acaso ya sabes leer, y dentro de poco aprenderás a escribir, que no conviene dejar pasar el tiempo en balde. La negra, tu madre, me dice que no te maree, ¿no crees que es muy pequeña?, y yo le digo, no, no lo creo, para la ilustración nunca es temprano, y más valdría que, paralelamente, tú le enseñaras a leer en inglés; los niños tienen ansia de aprender, y si tienen alguien que los contemple, les haga caso y les enseñe… Eso fue lo que Claudia y el jefe hicieron conmigo, y no es difícil; basta con adornarse y disfrazarlo de cuento de hadas.

Además, yo, al propio tiempo, le he enseñado a leer música, lo que tampoco es difícil porque la música es un lenguaje más, otro lenguaje con sus reglas y signos. Con el mismo esfuerzo que se aprenden las letras, y para un niño esto no es un esfuerzo insuperable, se pueden aprender las notas musicales. A, e, i, o, u ó do, re, mi, fa, sol, ¿qué más da…? Si lo hubieran hecho conmigo no me hubiera costado tanto aprenderlo de mayor. Además, estos idiomas son intercambiables y se puede jugar a las traducciones.

–¿Be a ce hache? Pues… –y María me miraba asombrada.

–¿Qué es hache?

–La siguiente a la ge.

–¡Ah, sí! ¿Es esta? –y golpeaba con saña el si de la octava superior; lo hacía en el piano, entendámonos, y sentada encima de mí, y yo le decía,

–Sí, esa es. Toca be a ce hache –y María, con la envidiable soltura de quien ha aprendido de muy pequeña, tocaba be a ce hache, be a ce hache, be a ce hache…

–¿Te suena a algo?

María volvía a tocarlo y decía,

–No… Bueno, sí… ¿A la música de las estrellas? –porque yo le había compuesto, naturalmente fusilándolas de los maestros, una serie de piezas a su alcance.

Las escribimos en un auténtico cuaderno de papel pautado, en la tapa caligrafiamos, «Música del cielo estrellado», y ella lo iluminó, según su recto entender, con lápices de colores. Allí se hablaba de la música de Orión, de la música del Centauro, de la música de Casiopea, de la música de los Planetas y de la de los Cúmulos Estelares… ¿Quieren ustedes oír más? Pues también estaba la Música de la Galaxia del Remolino, que era mi preferida y estaba basada, lógicamente, en un coral de Bach endiabladamente difícil. Ella, mi niña, aun antes de aprender a escribir, juntaba las manos y tocaba el acompañamiento tan pronto con la izquierda como con la derecha. Yo me quedaba embobado, pero ya se sabe que las niñas…

Cuando miré, por ver el efecto que todas aquellas solemnes palabras le habían causado, me encontré con que se había quedado dormida apoyada en la pared de la duna y el dedo gordo metido en la boca, su embetunado aspecto, su incipiente coleta, sus gafas y su parche de pirata, y tal era su expresión de placidez que no me atreví a interrumpir mi arenga. Antes bien añadí,

–Además, ya lo dice la canción: una voz bella quién la tuviera para cantarte toda la vida, pero mi estrella me dio este acento y así te canto, niña querida… –y acto seguido, procurando que no se despertara, la levanté en vilo, y con ella en brazos y nuestro fabuloso tesoro en el bolsillo, la botella verde conteniendo la fábula del sátrapa armamentista de las nereidas, tomé el camino de casa.

Sí, mucha gente lanza mensajes a la inmensidad marina, y otra mucha acaba encontrándolos en una playa desnuda y se vuelve a casa pensándolo. Yo, por si acaso, por si aquel fuera alguna suerte de mensaje cósmico, coloqué la botella, con el mensaje en su interior, en una vitrina en la que conservaba algunos fetiches: dos antiguas máquinas de fotos que me habían hecho harta compañía, una maqueta de nuestro barco, una navaja que tenía cuatrocientos años y varios objetos más de este jaez. Aquella fue una tarde enriquecedora, porque estas no son cosas que sucedan todos los días.

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