Historias de Camargo Rain

~ Novelas de aventuras

Historias de Camargo Rain

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Fundamentos de la historia de España

08 miércoles May 2019

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A muy grandes rasgos, se puede dividir en tres partes la historia del último millón de años en la península ibérica. De ellas, la primera, de la que no sabemos prácticamente nada, dura 988.000 años, es decir, casi todo este tiempo. La segunda, que iría desde el 10000 a.C al 1000 a.C., constaría de 9.000 años, larguísimo período, y por último, la tercera, de la que conocemos bastantes cosas, dura los últimos 3.000 años, desde el 1000 a.C. hasta la actualidad.

Tomando esto como criterio podríamos hablar de El principio, primera parte. Los pobladores sedentarios, es decir, el período en el que las personas, por imperativo de la agricultura y la ganadería, se asientan en el territorio (antes fueron errantes), época en que se ponen las bases de la sociedad que conocemos, y los últimos 3.000 años, cuando se desarrolla la sociedad hasta llegar al momento que vivimos.

Esta última parte se puede dividir a su vez en siete etapas, que son: La llegada de los pueblos de oriente; Las primeras invasiones (las de cartagineses y romanos); La época visigoda; La época musulmana; La España cristiana; La edad de oro y La España moderna.

La cronología, más o menos aproximada, de los últimos 3.000 años es la siguiente:

Los pueblos de Oriente; 1000 a 500 a.C. = 500 años

Cartagineses y romanos; 500 a.C. a 400 = 900

Época visigoda; 400 a 700 = 300

Época musulmana; 700 a 1000 = 300

España cristiana; 1000 a 1500 = 500

Edad de oro; 1500 a 1700 = 200

España moderna; 1700 a 2000 = 300

 

Por tantas y tantas edades ha pasado este trozo de tierra que conocemos como península ibérica, y quien escribe, que es aficionado a estas cosas, las ha tomado como motivos para unas cuantas novelas que se detallan muy por encima.

 

Dios conmigo sucede en la Edad Media y cuenta lo siguiente:

Un personaje ficticio –Ramón el calatravo– narra su existencia entera, que se cumplió a caballo de los siglos XII y XIII. Aprendiz de cantero, agricultor, herrero, siervo, soldado, señor de la guerra y constructor de catedrales góticas, desde el cenobio que habitó en las postrimerías de su vida rememora los lances que el albur le llevó a contemplar, entre los que descuellan la batalla de Alarcos y la de La Nava de la Losa, episodios que han pasado a la historia con letras mayúsculas.

Bereberes, traficantes, castellanos, reyes, ángeles y demonios, bailarinas y juglares, nobles y siervos, caballeros y labradores, gente de armas y de letras, dromedarios, sabuesos, simios, alanos, mulos y corceles y otros muchos animales que sería excesivo citar, componen la multitud que poblaba el mundo que le tocó vivir como uno más de los eslabones de la inagotable cadena de la humanidad, aquella que entre cerradas nieblas persigue fantasmas para concluir con las célebres palabras que dicen, ¡vanidad de vanidades…!, todo es vanidad.

Ojos azules es un compendio de episodios diversos que llevan desde la prehistoria hasta los tiempos actuales. Sus sucesivos protagonistas son descendientes unos de otros y tienen rasgos en común, como los ojos azules… En este libro aparecen los cazadores de las llanuras, los sumerios, fenicios, romanos y bárbaros de que nos habla la historia…, y todos ellos narrando su particular peripecia. Surgen las aldeas neolíticas, las ciudades antiguas, los oscuros bosques de la edad de las tinieblas (el mediœvo), los dieciochescos salones de la Venecia de Vivaldi… y los tiempos modernos. Y a guisa de ejemplo, este es el final de uno de los capítulos, que tiene como escenario la segunda cruzada:

Todos me miraron con interés, pues el comadreo era la ocupación más usual en el círculo en que me movía.

–Pues señores, ello es que me llaman el elefante… –e hice una marcada pausa–, lo cual se debe a que el alfil del ajedrez, personaje que siempre está al lado de los reyes, simboliza al elefante, ese animal que, incluso hoy, aún se utiliza en algunos ejércitos.

–¿No lo sabían ustedes? –inquirí triunfante de la curiosidad despertada, y tras contemplar los rostros de quienes me rodeaban, proseguí.

–Pero también a que en semejante juego –y allí entorné los ojos y bajé la voz– esta figura siempre se mueve en diagonal, es decir, torcidamente… –e hice hincapié en la palabra, porque el vocablo me satisfacía en lo más hondo y me reafirmaba en ciertos indicios que al vuelo había pescado acerca del aprecio que tan altas personas me profesaban, pues no me cabía duda de que aquellos torcidos manejos resultaban para ellos de suma utilidad.

–Pero aún hay algo más –continué ante el interés que leía en las caras–. ¿Saben ustedes cómo se me conoce también en ese eminente lugar que ocupan los poderosos?

El silencio se hizo en el grupo.

–¡Terrorista! –dije sin que un solo viso de temblor asomara a mi ambigua voz–. ¿Quieren creerlo…? Terrorista… Ese es el enigmático apelativo que las personas encumbradas añaden incomprensiblemente a mi afecta persona. Y ahora, díganme ustedes, señores míos que me escuchan: ¿sabe alguno de los que me rodean lo que significa semejante vocablo?

…

A Isidora no la he vuelto a ver, pues ya no me resulta necesario su concurso dado que mi situación está firmemente asentada. A lo que le dejé, que lo bautice como Jesús, pues con la voz de su nombre fue concebido. Ahora estoy ocupado con negocios más altos, y pocas cuestiones me pueden distraer de ellos. Mi señora ha faltado una vez más al respeto a su marido, el rey tonto, y allí soy necesario, ineludible. ¿Qué será lo que los reyes y sus consejeros encuentran en mi encogida persona? A veces se me figura desempeñar el desairado papel del santo Bernardo, que quedó atrás debido a su mala salud, pero mis pretensiones no son tan altas. Me maravilla pensarlo, y sólo se me ocurre una explicación: el rey es de madera, una con esmero labrada pieza del complicado juego que se dilucida en el entramado universal. No así la reina, esa avispada jovencita aquitana que, como su homónima, recorre las líneas sin que nadie pueda ponerle coto y presume de las gracias de que Dios la dotó ante cualquier galán que le salga al paso.

Y por último, he aquí El viaje del morisco, del que, entre otras cosas, se dice lo siguiente:

Juan Rui de Velasco, antes llamado Abenasar, es un personaje del 1600 gaditano. Traficante, contrabandista, músico, fabricante de salmueras, coleccionista de arte…, sus actividades se extienden por las orillas de ambas Indias, las orientales y las occidentales. Con el apoyo de influyentes personajes entra en el negocio de los transportes terrestres, que entonces comenzaban de la mano de una familia judía favorecida por el rey, los Taxis, y de esta forma, para reconocer el terreno, se embarca en un viaje que le lleva a recorrer la península ibérica de sur a norte.

Juan Rui de Velasco tomó largas notas durante su transcurso, y de esta forma dejó escrito:

En la amurallada población de Astudillo, mediado el mes de julio del año del Señor de MDCI.

Es de noche, y en las profundidades de una posada polvorienta, a la luz de un candil de aceite perfumado enarbolo la pluma y anoto lo que sigue:

———————————————–

Aparte de lo anterior traigo también unos

LUGARES DE LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA

para que se vea cómo es hoy este país:

Película sobre la España actual que se puede ver aquí: https://youtu.be/1fenD06sYyc

Lo mismo, pero las fotos en sí, sin película (y sin música), también se pueden ver: AQUÍ.

Otros paisajes españoles diversos pueden verse AQUÍ.

Y además ESTO, que es sólo para elegidos.

Libros de aventuras de verdad para leer este verano

03 viernes Ago 2018

Posted by camargorain in literatura

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Ya podéis ir preparando el lector y la cabeza, porque si esta estación que viene, el verano, se os complica (o sea, que os deja la novia o el novio, o en el trabajo se niegan a daros vacaciones, u os meten en la cárcel o en el hospital, o llueve…, o lo que sea), siempre podéis salvar el escollo y viajar, sí, viajar, aunque sea con los ojos de la mente, que tampoco es mala forma de hacerlo. Para ello, ¿qué mejor ocupación que la de leer libros de aventuras?

A los que les gusten estos libros, y que además sean narraciones históricas, les puedo recomendar varios:

Ojos azules, que se puede ver aquí: https://www.amazon.es/dp/B072N822Q9

El viaje del morisco, aquí: https://www.amazon.es/dp/B079TBP55B

o Dios conmigo, aquí: https://www.amazon.es/dp/B018XOY7NU

Los detalles, es decir, de qué van, cuánto valen (baratísimos), quiénes son sus protagonistas y todo eso, se pueden ver en las páginas indicadas, en las que se dan toda clase de pormenores. Eso sí, y esto es de mi cosecha: son libros serios, sin tonterías.


Pero hay más (más libros de aventuras), como este, recién publicado:


Los anteriores, aparte de pertenecer al género de aventuras, son libros históricos, que podríamos decir, pero también hoy otros contemporáneos (que a lo mejor os gustan más) AQUÍ.

 

La novela histórica (y 8): OJOS AZULES

17 jueves May 2018

Posted by camargorain in literatura

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Hasta aquí llegó esta serie de posts sobre la novela histórica contada por épocas, cuyo elementos pueden consultarse aquí:

La novela histórica (1): génesis y subgéneros más comunes ≈ http://camargorain.blogspot.com/2017/07/la-novela-historica-1-genesis-y.html

La novela histórica (2): la prehistoria = http://camargorain.blogspot.com/2017/07/la-novela-historica-2-la-prehistoria.html

La novela histórica (3): primeras civilizaciones ≈ http://camargorain.blogspot.com/2017/07/la-novela-historica-3-primeras.html

La novela histórica (4): la Edad Media = http://camargorain.blogspot.com/2017/07/la-novela-historica-4-la-edad-media.html

La novela histórica (5): siglos XVI y XVII = http://camargorain.blogspot.com/2017/08/la-novela-historica-5-siglos-xvi-y-xvii.html

La novela histórica (6): siglos XVIII al XX = http://camargorain.blogspot.com/2017/08/la-novela-historica-6-siglos-xviii-al-xx.html

La novela histórica (7): el siglo XIX = http://camargorain.blogspot.com/2017/08/la-novela-historica-7-el-siglo-xix.html


¡Ah!, pero he dejado para el final un libro que es algo a modo de recopilación de los anteriores subgéneros, pues los comprende todos o casi todos.

Narraciones históricas de Camargo Rain

Se trata de Ojos azules,

novela en quince capítulos que narra una historia de la humanidad utilizando como nexo lo que su título dice, los ojos azules (ene algunos casos extrañamente azules) que exhiben los sucesivos protagonistas. Sí, porque unos descienden de otros (algunos muy lejanamente), y de esta forma he tenido buen cuidado de ir narrando (no en todos los casos, pero sí con frecuencia) la fecundación y génesis de quienes aparecerán en capítulos posteriores.

Por sus páginas desfilan los antecesores del hombre moderno, las flores, las zarigüeyas, los australopitecos, neandertales, cazadores de las llanuras y primeros y esforzados agricultores, y también, cuando la sociedad humana, por las razones que fueran, se asentó sobre la tierra, algunas de las sucesivas civilizaciones de que nos habla la historia. Sumerios, fenicios, romanos, bárbaros, reinos medievales, conquistadores de lo desconocido…, unos fueron sustituyendo a otros en la eterna tarea de ir más allá de la última frontera conocida, tarea, por otra parte, que hoy seguimos afrontando rigurosamente en nuestro empeño por traspasar los límites de la Tierra. Yo soy la nave es el último de los capítulos, cuando la muchacha de ojos azules emprende el viaje del que sabe que no regresará y el narrador dice,

El ser transparente parte hacia las estrellas, en donde algo le espera, y despejará las incógnitas como siempre las ha despejado la materia en cuanto ha puesto la vista sobre ellas. Dime, chica, ¿adónde llegarías si te lo propusieras? Ante ti se abre el Universo de las mil direcciones y sólo tienes que acceder a la nave metálica y pulsar los botones mágicos, pero no te apures, que será por poco tiempo, pues en seguida tu cuerpo será la nave. Nadie sabe, ser de transparentes ojos azules, adónde podrás llegar recorriendo el curvo e ilimitado espacio que te contiene, pero el Homo ludens se ha reído y eso es lo importante. Lejos de nosotros calamidades y padecimientos y venga cuanto antes la deseada luz de la dicha. […]

[…]

Los largos y calurosos días del verano pasan entre las mil tareas a que la estación obliga, y una de ellas es la sempiterna caza, pues las labores agrícolas no excusan a los miembros del poblado de salir, con mejor o peor fortuna, a buscar el pan de cada día. Cierto que en sociedades asentadas resulta rara esta tradicional manera de procurarse el sustento, puesto que no pueden desplazarse a los lejanos lugares que frecuentan los animales, pero en mundos tan míseros y primitivos cualquier presa es bienvenida, regalos de la naturaleza que llevarse graciosamente a la boca.

Una de aquellas bochornosas tardes, cuando sólo les restan unas jornadas para finalizar el agosto, pues casi han conseguido acopiar el grano que la parcela tan rudamente trabajada les procura, la cuadrilla que merodea por tierras fronteras regresa con un cuantioso botín. Dividido en partes, y sobre los hombros, portan un cerdo salvaje que a costa de muchos sudores y peligros han conseguido atrapar. La llegada de los ausentes provoca no poco júbilo y griterío, en el que entre otras voces destaca la palabra «carne», y de inmediato los trabajos son abandonados y todos se dirigen al lugar de su morada para solazarse con lo que traen los recién llegados.

Avivan los fuegos y restriegan las marmitas de piedra, arrinconadas desde la última celebración, que son colocadas sobre las brasas, y luego, mientras el agua comienza a hervir, despedazan el animal. Las mejores tajadas caen pronto sobre los fogones de piedra candente, y las pieles, huesos y entresijos del animal son introducidas en las ollas, de las que saldrá un grumoso y suculento caldo a cuyo aroma acuden tantas bocas como el poblado contiene, y cuando alguien, forzado por la avidez, se aproxima en demasía a lo que se cocina, es rechazado con muy malos modos.

¡Yoé!, dicen a veces con acento de reconvención, y Yoé, el comedor de carne a quien la boca se hace agua, cuando escucha su nombre se envara y retrocede, y Espiga, que seguramente es su hermana, desde la sombra observa la escena inquieta y torciendo el gesto. Yoé, sin embargo, es obstinado y sólo atiende a lo que le dictan los sentidos, y cuando de nuevo intenta aproximarse, la mujer que cuida del caldero se lo impide y, con gesto adusto y que no admite réplica, de manera oscura pronuncia una sola palabra: «lejos». Yoé se aparta como si le hubieran pinchado, y Espiga, que quién sabe si es su hermana, inmóvil y con la zozobra bailándole en el alma continúa observando la escena desde un rincón.

[…]


Y para finalizar, coloco aquí los enlaces a los libros históricos que tengo disponibles en Amazon:

El viaje del morisco en versión Kindle =

https://www.amazon.es/dp/B079TBP55B

Ojos azules en versión Kindle =

https://www.amazon.es/dp/B072N822Q9

 Dios conmigo en versión Kindle =

https://www.amazon.es/dp/B018XOY7NU

 Dios conmigo en papel =

https://www.createspace.com/5980506

 Blog en el que se habla de Dios conmigo:

https://diosconmigosite.wordpress.com/

Además, podéis mirar aquí:

https://www.amazon.es/Camargo-Rain/e/B019RODFL0

 

La novela histórica (7): el siglo XIX

20 viernes Abr 2018

Posted by camargorain in literatura

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El siglo XIX es importante dentro del panorama de la novela histórica, no sólo porque el nacimiento del género tuvo lugar durante su transcurso, sino también porque ha sido ampliamente divulgado por los autores, puesto que de él tenían referencias de primera mano. A guisa de ejemplo pongo esta lista de libros que tienen como escenario sucesos acaecidos durante el siglo XIX.

La cartuja de Parma (Stendhal, 1839)

El conde de Montecristo (A. Dumas, 1844)

Crimen y castigo (F. Dostoyevski, 1866)

Guerra y paz (Tolstoi, 1869)

Episodios nacionales (Pérez Galdós, 1872-1912. 46 libros)

El archipiélago en llamas (Julio Verne, 1884)

Los tigres de Mompracem (Emilio Salgari, 1900)

Sonatas (Valle-Inclán, 1902)

Memorias de un hombre de acción (Pío Baroja, 1913. 22 libros).

Mi Antonia (Willa Cather, 1918)

La marcha Radetzky (Joseph Roth, 1932)

Pedro Blanco, el negrero (Lino Novas Calvo, 1933)

Lo que el viento se llevó (Margaret Mitchell, 1936)

Absalom, Absalom!, (W. Faulkner, 1936). (Habría que añadir que otras novelas de Faulkner –como Desciende, Moisés o Los invictos– podrían considerarse históricas.)

El gatopardo (G. T. di Lampedusa, 1958)

Yo el Supremo (A. Roa Bastos, 1974)

El gran robo del tren (Michael Crichton, 1975)

Raíces (Alex Haley, 1976).

La guerra del salitre (Guillermo Thorndike, 1977)

Noticias del Imperio (Fernando del Paso, 1987)

El general en su laberinto (García Márques, 1989)


Narraciones históricas de Camargo Rain que suceden durante el s. XIX

Era de las máquinas, el tercer libro de la Tetralogía de Juan Evangelista, está dedicado por entero a esta época, y de esta forma se habla de la revolución francesa, de la española guerra de la independencia, del comienzo de la revolución industrial en Inglaterra, del tendido de los ferrocarriles en Europa y América y de mil asuntos más.

Episodio del libro Chica encuentra chico (aún sin publicar) que se llama El papel de Londres, en el que una niña hija de una criada, Melba, narra lo que vio (y vivió) en casa de un marqués de Córdoba a la que acudía un grupo de conspiradores en la época de Fernando VII.

De esta última narración coloco un trozo para que lo lean aquellos a los que les gusta leer.

[…]

Una tarde, cuando estaba en la cocina, oí aquellas notas de música que había oído desde la cama, y me acordé de lo que me había dicho Carmela. Subí al vestíbulo, en donde no había nadie, y procurando no hacer ruido me acerqué al salón en el que estaba el piano. Atisbé desde la puerta, que estaba a medio abrir, y vi que habían colocado el aparato aquel, que era grande, en medio de la habitación, sobre la alfombra, y delante del teclado, del sitio en donde se toca, había una banqueta. Habían quitado algunos muebles, y las mesas y sillas que quedaban estaban arrimadas a las paredes, junto a las estanterías. Allí también había libros, y figuritas y algunos cuadros antiguos, y un jarrón muy grande con flores debajo de la ventana. Una figura alta, en mangas de camisa y que me resultó familiar, estaba inclinada sobre el interior de la caja. Parecía que hacía algo… Luego se enderezó, y aunque estaba casi de espaldas, le reconocí al instante: era el conspirador…, aquel de los ojos verdes…

Mi primera intención fue la de retirarme, pero debí de hacer algún ruido, porque de repente levantó la cara y me vio.

–Ah, hola, eres tú…

Yo me quedé sin habla, pero en seguida se me ocurrió algo. Si no, iba a pensar que era tonta…

–Sí. ¿Puedo quedarme a oírlo?

–Sí, claro, quédate lo que quieras. ¿Te gusta la música?

–Sí, mucho.

Yo entré en la habitación y permanecí en pie sin saber qué hacer, y él, Martín (ahora sabía cómo se llamaba…) me miró y sonrió. Se volvió a inclinar y metió la mano en el mueble. Tenía una herramienta con un mango negro y apretaba aquí y allá.

–Ahora estaba afinándolo. Pero ven, tú siéntate aquí –y arrastró una silla y la colocó a un lado, detrás de él.

Yo lo hice, y él, después de mirarme, me preguntó,

–¿Estás bien, te encuentras a gusto?

–Sí.

–Pues escucha.

Se sentó en la banqueta, pareció pensar, levantó las manos y, tras una pausa, las apoyó en el teclado y tocó una cosa muy fuerte y complicada que me sobresaltó un poco. Luego hubo un silencio…, y a continuación volvió a apoyarlas, dijo, andante…, y se fue por otro camino.

¿Por qué pensé aquello? En realidad no se fue a ningún lado, sino que lo que sucedió fue que recorrió las teclas con los dedos y yo me imaginé a alguien que caminaba por un lugar muy bonito… Era una música muy tenue que subía y bajaba…

Aquello duró muy poco, unos segundos, y entonces se detuvo, se quedó inmóvil, y al fin se volvió hacia mí. Me miró y preguntó,

–¿Qué has pensado?

Yo no supe qué contestarle.

–¿Qué has visto? –repitió él–. ¿No te ha parecido una chica vestida de blanco que va por un bosque…?

–¿Y da saltitos?

–Sí, eso. Y se detiene aquí y allá y va cogiendo flores.

Yo sonreí. Aquel personaje, Martín, decía las mismas cosas que a mí se me ocurrían.

Luego se levantó y estuvo apretando algo dentro de la caja.

–Aquí hay algo que no suena bien… ¿A ver? –y con la mano que le quedaba libre tocaba una tecla y luego otra.

Al fin pareció quedar satisfecho y volvió a sentarse. Me miró y dijo,

–Esto lo escribió un señor del que a lo mejor has oído hablar. Se llamaba Mozart. ¿Sabes quién fue? –y yo negué con la cabeza.

–No.

–Pues ha sido uno de los músicos más conocidos de los últimos años. Sin embargo, murió joven… Bueno, ¿quieres que toque otra cosa?

… y se puso a ello, aunque aquella vez sin estridencias, y duró más, no mucho más, como un minuto o dos, y a mí se me fueron abriendo los ojos al internarme en aquellos vericuetos que subían y bajaban, y al final tuve que acabar aplaudiendo y riendo.

–¡Qué bien…!

–¿Sí, te ha gustado?

Yo afirmé vehementemente con la cabeza y los morros fruncidos.

–¡Muchísimo!

Martín se había quedado quieto.

–¿De verdad?

–Sí. Es que lo haces muy bien… –y en cuanto lo pronuncié me di cuenta de que le había llamado de tú…

Le miré, a ver qué cara ponía, pero él no parecía haber reparado en tal extremo. Todo lo contrario, pues simulaba estar muy satisfecho del cumplido, aunque yo creo que eso es algo que le gusta a todo el mundo.

Luego, en vez de aludir a ello, dijo,

–¡Ay, hija!, si todos los públicos fueran como tú… –y como volvió a ponerse en pie y a manipular en aquello que estaba haciendo, me pareció que había llegado el momento de dejarle solo.

–Bueno, que yo me tengo que ir…

–¡Ah…!, sí, haz lo que quieras, pero si algún día quieres oír otras cosas, ven y toco lo que me digas –e hizo una pausa y añadió–. Adiós, más que guapa.

… y a mí me encantó el epíteto, ¡aquel sí que era un elogio!, y sonreí sin poderlo evitar, y cuando me levanté y di la vuelta para irme, lo hice hinchada de una extraña satisfacción y andando poco menos que de puntillas, tan hondo me había llegado lo que acababa de oír.

Después, cuando pasaba por el vestíbulo y bajaba por la escalera, de nuevo me vino a la cabeza: ¿por qué de repente le había tuteado? Era el primer día que hablaba con él, y eso no se hace con los señores; si acaso con los criados, y si no son muy mayores. ¿Me parecía él un criado? No, desde luego que no. Martín parecía un señor. Iba muy bien vestido, y por lo que había podido observar, el marqués le trataba de igual a igual…, y luego se me ocurrió que a lo mejor era que me inspiraba confianza. ¿Me inspirará confianza?, y a aquello ya no supe qué responderme porque esas son ideas que los niños no acabamos de entender, cosas que hemos oído y se nos van y se nos vienen, como lo de la música, y yo creo que ni sabemos lo que significan, ¡vaya lío…!, y al final iba incluso hablando sola, porque cuando entré en la cocina, que mi madre estaba con otra señora, me miró un poco extrañada y dijo,

–Melba, hija, ¿qué vas diciendo? –y yo pegué un respingo y procuré disimular.

–No, nada.

Ella me miró.

–¿Quieres salir con Isabel? Va a comprar jamones.

Comprar jamones no es fácil, pero en casa había un ama que sabía hacerlo. Siempre era ella la que se encargaba de traerlos, y a veces me decía que la acompañara.

–Sí, ven conmigo, que de todo conviene aprender en la vida.

Isabel, el ama, era mayor y muy amiga de mi madre. Era bajita, pequeña y muy alegre, seguramente porque como era mayor ya no trabajaba en la cocina.

En tales ocasiones nos acompañaban dos criados con un carro para llevar lo que comprábamos, y aquella vez vinieron Damián y su hijo. Damián es uno de los porteros, uno de los criados de confianza del marqués, con el que va a cazar, y manda sobre los demás. Su hijo se llama Erasmo y tiene catorce años, o por ahí. Años antes asistía conmigo a las clases, pero luego le hicieron ir a la escuela.

–¿Has aprendido algo?

Erasmo afirmó con la cabeza.

–Sí, historia del arte. Es lo que más me gusta. Ahora sé lo que son muchos de los cuadros de la casa…, y los muebles.

–¿Los muebles?

–Sí, y las alfombras. Algunas tienen más de cien años, y las hicieron en Italia.

Yo me reí.

–Claro: por eso tienen siempre tanto polvo.

Entramos en la ciudad por una de las puertas y nos dirigimos a los barrios altos. Allí había almacenes en donde vendían de todo y siempre estaba lleno de gente. Aquella parte era antigua, muy antigua, y las callejas eran tan estrechas que casi no cabían los carros. Nosotras solíamos ir a una placilla que tenía el suelo de piedras puntiagudas, en uno de cuyos lados había un edificio grande que parecía un antiguo palacio y tenía el tejado roto por algunos sitios. Enfrente se veían varias tabernas con hombres en las puertas, y también alguna mujer con flores en el pelo. Ellas gritaban, y luego entraron y el ruido cesó.

Damián señaló una de ellas y se dirigió al ama.

–Nosotros estaremos ahí. Avísenos usted.

–Sí, no se preocupe.

Isabel y yo entramos en aquella gran casa, y en el portal, uno de los hombres se dirigió a ella con oficiosidad.

–Doña Isabel…, y la niña Es un gusto verlas por aquí.

–Sí, ya te estarás preparando… –y ella se rió con malicia pero él no le hizo caso.

–¿En qué puedo servirlas?

–Venimos a ver los jamones.

–¡Ah, los jamones…! Ya sabe usted que esta casa…

–Sí, sí… ¿Habéis recibido ya los de Aracena?

Por una ancha y ruinosa escalera de tablas subimos a la primera entreplanta, cuyas ventanas estaban destrozadas y ninguna tenía cristales, y allí, pendientes del techo, se mostraban infinidad de canales, perniles y enormes racimos de embutidos a los que no supe qué nombre dar. Miles de moscas zumbaban furiosamente en torno a ellos, y algunos chicos, ayudándose con grandes plumeros de los que había en el río, se ocupaban en espantarlas. El suelo estaba lleno de grasa, e Isabel me dijo que anduviera con cuidado. Un enorme mocetón negro, con la piel grasienta y desnudo de cintura para arriba, se entretenía en revolver el contenido de una borboteante caldera que despedía olor a azufre y nos contempló al pasar. Al fondo, lejos, recortándose contra la luz que entraba por los vanos, había unos hombres que, en medio de gritos, trajinaban izando reses desde la calle.

–Vengan por aquí –dijo aquel señor, y nos llevó hasta un extremo del enorme cobertizo, y allí, someramente protegidos por telas de sacos que ondeaban con el viento que de lado a lado recorría la nave, había otros jamones aún más gordos y relucientes.

Isabel paseó entre ellos y los estuvo examinando, y luego sacó una larga aguja de las que se usan para la calceta y pinchó algunos. Introducía la aguja hasta el fondo y luego la sacaba, y después se la arrimaba a las narices entrecerrando los ojos y frunciendo el ceño.

–Material de primera –dijo el hombre aquel.

–Sí, pero enséñame otros.

De tal guisa recorrimos algunos aposentos separados por tabiques y apartados del resto, y al final el ama señaló varios y dijo,

–Quiero esos. Esos de ahí y los que te he dicho antes.

El hombre no respondió, pero descolgó dos o tres y los dejó en el suelo. Luego dio unas voces y acudieron varios chicos sucísimos y medio desnudos que cargaron con ellos, y nosotras descendimos al piso inferior e Isabel estuvo rematando aquella compra con un individuo de levita astrosa que se tapaba la frente con una visera. Alrededor de nosotros continuaba el tumulto, pues allí se trabajaba mucho, y vi que otras señoras entraban y salían por el portal limpiándose los zapatos con trozos de saco que les daban en la puerta.

Al fin estuvieron los jamones cargados en el carro, que había no menos de dos docenas, y el de la visera salió a despedirnos y hacernos reverencias, tras lo que enfilamos la calle hacia abajo.

Damián conducía los animales por la brida, pues había bastante gente y los pasos eran estrechos, y Erasmo iba montado sobre uno de ellos. Para tirar del carro habían enganchado unas yeguas de las caballerizas, y unos hombres de pelo brillante que estaban apoyados en una pared las observaron al pasar.

–Buenas jacas –dijo uno de ellos.

[…]


Como de costumbre, coloco aquí los enlaces a los libros históricos que tengo disponibles en Amazon:

El viaje del morisco en versión Kindle =

https://www.amazon.es/dp/B079TBP55B

Ojos azules en versión Kindle =

https://www.amazon.es/dp/B072N822Q9

 Dios conmigo en versión Kindle =

https://www.amazon.es/dp/B018XOY7NU

 Blog en el que se habla de Dios conmigo:

https://diosconmigosite.wordpress.com/

En entregas posteriores (en este y otros blogs) seguiré hablando de novela histórica, y mientras tanto podéis mirar aquí:

https://www.amazon.es/Camargo-Rain/e/B019RODFL0

La novela histórica (6): siglos XVIII al XX

24 sábado Mar 2018

Posted by camargorain in literatura

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Los asuntos que se encuadran en los siglos XVIII, XIX y XX son también a propósito para este asunto de las novelas históricas, aunque quizá menos interesantes para el lector dada su relativa cercanía. Sin embargo, esta vez no voy a hacer una lista de ellas, que cada cual puede buscar en internet, sino algo mucho mejor. Voy a hablar de un libro (en realidad cuatro, lo que se conoce como tetralogía) que escribí hace años y, sin duda, publicaré próximamente.

Narraciones históricas de Camargo Rain

Digo esto porque el libro completo se desarrolla durante esa época. Comienza en Ciudad Rodrigo (provincia de Salamanca) en 1680, a fines del siglo XVII, y finaliza en una isla caribeña cuando se inicia el siglo XXI, es decir, 320 años después. ¿Y por qué? Muy sencillo: porque esos fueron los años que vivió el protagonista, niño diablo, hijo del cometa y lobo solitario.

Que nadie piense que este es un libro de magia, o de magos, porque pretende ser un relato tremendamente realista y narrar lo que durante aquellos siglos aconteció a nuestro héroe, a quien bautizaron como Juan Evangelista y personaje que, como es lógico, vivió un montón de vidas. ¿Qué sucede cuando a tu alrededor todo el mundo envejece y tú pareces mantenerte incólume pese al inevitable transcurrir del tiempo?

Él se encontró obligado a huir de continuo de quienes quería, mujeres, hijos, incluso nietos…, y unas veces escondiéndose de sus semejantes y otras apoyado por ellos, como le sucedió con miss Gold, una de sus mujeres, médica inglesa que le dirigió a la construcción de los ferrocarriles del mundo (lo que sucedió durante los años que mediaron el siglo XIX).

Esta novela, que escribí de cabo a rabo durante seis años, tiene 1200 páginas, y claro es, cuando la acabé (o bastante antes) la dividí en cuatro libros, a saber:

Edad de las tinieblas, es decir los tiempos de la infancia (y aprovecho para decir que este libro se puede descargar libremente AQUÍ).

Siglo de las luces, el XVIII.

Era de las máquinas, el XIX, y

Perpétuum móbile, el XX.

Juan Evangelista recorrió el planeta entero, dio varias veces la vuelta al mundo y raro fue el lugar que no visitó. La declinante España de los Austrias, la América colonial, la revolución francesa, la española guerra de la independencia, el nacimiento y desarrollo de la revolución industrial, el océano Pacífico, la alborotada Europa de la primera mitad del siglo XX…, son algunos de sus escenarios…

Pero no es esto todo, ni muchísimo menos, pues ¿se hacen ustedes una idea de la cantidad que sucesos que pueden formar una vida de más de tres siglos? No, no se lo imaginan, pero para que puedan leerlo, próximamente la sacaré a la luz. De momento, aquí pongo un trozo. Se trata de algo que él mismo dice al principio del cuarto libro (Perpétuum móbile) con motivo de una conversación que mantiene con alguien. Como es una especie de resumen de su vida, me ha parecido adecuado para poner aquí.

[…]

Aquel fauno, personaje mitológico al que bien podría representar, pues la afición a los disfraces, las bromas y los equívocos era el más acusado rasgo de su carácter, organizaba ocasionalmente reuniones, a las que acudían personalidades de nuestra sociedad, en especial señoras, para invocar a los difuntos, a famosos que yacían exánimes decenios ha y a cuantos héroes antiguos podían recordar quienes asistían. En una ocasión me invitó a una de ellas y me pidió que llegara con antelación, pues deseaba mostrarme algo. ¿Qué era aquello? Pues al punto lo van a averiguar.

El notario de Liébana era aficionado a la cocaína, distracción de ricos y eruditos de aquellos tiempos, y la tarde que digo, en seguida que llegué, tras despedir a los criados y recomendarles que se mantuvieran atentos ante la llegada de los invitados, exhumó los adminículos que para tales cuestiones se precisan y se administró una dosis, y conmigo hizo lo propio. Fue una inyección subcutánea, pues la sustancia se aplica bajo la piel de la mano, y de allí en adelante, pese a que su efecto no fuera por entero de mi agrado –pues de sobra me juzgaba despierto–, me encontré inmerso en un mundo que me recordó a lo que había sucedido (tantos años atrás, pero no diré la fecha, pues demasiadas cifras se han mentado en estos libros) cuando Matatías, el principal de los mayordomos de la marquesa de los ojos violetas, en el curso de uno de los viajes que entonces hacíamos me llevó a conocer lo que se servía a la clientela en los incipientes cafés de la plaza mayor de Valladolid, l’eau heröique. Yo era poco más que un niño, y cuando volví y me crucé con Marifló, mi amada a la sazón, en un pasillo oscuro de la posada que nos albergaba…

Mientras me duró el efecto de aquella droga me comporté de la manera más precipitada, como antaño, y allí, sentados en los sillones de mimbre que amueblaban su mirador, no me importó disparatar sin tino, y llevado por la vorágine que al cerebro procura la absorción de semejante extracto, encontrándome tan acorde con la placidez del momento y lo que me rodeaba, comencé una perorata que me iba a llevar lejos, muy lejos…

–Puesto que se empeña en experimentar conmigo, mientras llegan los convidados le corresponderé con una historia. Es una historia extraña, pero no importa, pues supongo que usted, tan aficionado a lo irregular, la apreciará.

Hice una pausa y dije,

–Yo viajé en el convoy de Indias, sí, y en tiempos muy remotos visité los harenes de los heresiarcas musulmanes que enviaban esclavos a América desde el golfo de Guinea. Allí tuve amores con la negra Esmeralda, muchacha de pocos años de la que llegué a enamorarme, aunque ella prefería a los eunucos… Sin embargo, no se lo reprocho, pues mi fogosidad era propia de la incontenible juventud, y ya sabe usted lo que sucede en tales casos.

El notario me miraba divertido, y yo continué.

–En tierras cercanas al Matto Grosso, por el precio de un inigualable rubí compré una niña que no me quería, y cuando me llegó la edad de la cordura, en vez de enamorarme de mi mujer, como hubiera sido de rigor, lo hice de mi cuñada, Inés, la experta violinista que me instruyó en las virtudes y beneficios de las olas del mar. Luego huí de ellas en pos de la revolución, porque nada es para siempre, y encontré a Isabelle, campesina en París y anónima mártir del progreso. Más tarde a mi mujer inglesa, la divina Alessandra, que me dio dos hijas rubias y con los ojos tan azules que parecían violetas… Sí, eran muy parecidas a mi señora la marquesa, la marquesa de los ojos violetas, a quien en buena hora conocí en su mansión dieciochesca de la plaza fuerte de Ciudad Rodrigo, que usted sabrá dónde está… También podría hablar de Dolores, india pueblo con sangre de extremeño en sus venas, y de Doloritas, que me enseñó a tejer cestos; de la farera del fin del mundo, que llegó cargando con un piano desde su ciudad barroca del imperio austrohúngaro, o de mis amigas oceánicas, Alción y Merope, componentes de las celestes Pléyades, como todos sabemos…, y hasta del aya, que dio su vida por mí, aunque eso sea remontarse a la prehistoria.

Luego, bajo el sol de la tarde, me quedé pensando.

–¿Por qué me habré acordado de las mujeres…?, porque mi vida no se circunscribe a ellas, sino que se extiende por la superficie entera de los continentes, todos los cuales visité…, y lo que he nombrado tampoco es lo más antiguo de lo que podría hablar, pues a mi cabeza vienen las luces de las mil velas que iluminaron las calles por la que discurrió el cortejo que me llevó a la catedral a sacramentar…, hace muchísimo tiempo de eso, y el sistema métrico decimal, que me tocó transportar a tierras de seres atrasados, y la jara de la sierra de la Peña de Francia, cuya resina sirve para fabricar los perfumes ambarinos que mi madre quemaba en las estufas de nuestra casa de la vega del Águeda. ¡Y el niño salvaje también, Silvestre, y el prior del convento de Úbeda!, personajes importantes en mi vida…, y Mendoza, que me llevó a conocer al mensajero de los Dioses y me enseñó a encender fuego con hielo… Podría hablar de tantas cosas que le aburriría, pero no es esta mi intención, así que sólo le mencionaré el final, como fue mi estancia en el océano Índico en persecución de las mil y mil especies de aves que en este planeta existen, la explosión del Krakatoa, la larga y fructífera época de robinsón y el milagroso salvamento por un barco inglés que contra todo pronóstico me ha devuelto a Europa…

Hice una larga pausa, y al final añadí,

–Qué…, ¿qué me dice usted de esto? Algún día escribiré esta historia, pero no sé cuándo llegará el momento –y el notario, suspenso ante la retahíla, soltó la carcajada y se quedó mirándome de hito en hito.

–¿Sabe que es usted un enorme fabulista…? No conocía esa faceta de su carácter, pero podría ganarse la vida con ello, pues lo cuenta como si lo hubiera vivido –e hizo girar en el aire la contera de su bastón, que nunca abandonaba, y luego, tras una comedida pausa, me miró serio y dijo–. Pero ahora, compórtese, que me parece escuchar la llegada de los invitados.

… como así en efecto sucedió, viéndonos de inmediato rodeados de señoras lujosamente vestidas […]


¿Qué me dicen tras esta retahíla? ¿Sé o no sé fabular? Hasta el notario se quedó turulato, con lo que él era…, pero en fin, aquí queda la cosa hasta que a estos libros les toque el turno, y pondré una vez más los enlaces a los que ya están disponibles. Si alguien quiere leer algo más no tiene más que consultar los posts anteriores, en donde se dicen muchas cosas.

También: el texto de El notario de Liébana (primer capítulo de Perpétuum móbile, cuarto libro de las andanzas por este planeta de Juan Evangelista), de donde está sacado lo anterior, se puede descargar libremente AQUÍ.


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Blog en el que se habla de Ojos azules:

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Blog en el que se habla de Dios conmigo:

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En entregas posteriores (en este y otros blogs) seguiré hablando de estos asuntos (la novela histórica), y mientras tanto podéis mirar aquí:

https://www.amazon.es/Camargo-Rain/e/B019RODFL0

La novela histórica (4): la Edad Media

22 jueves Feb 2018

Posted by camargorain in literatura

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Esta, la Edad Media, es quizá la época preferida por los escritores de novela histórica. Sin embargo, es difícil encontrar novelas realistas que se refieran a la Edad Media tal y como debió de ser. La mayoría (sobre todo las modernas) abundan en los aspectos fantásticos, en los que se suele poner el énfasis, por lo que no son propiamente históricas. Las leyendas en torno al rey Arturo se repiten en exceso (hay muchos libros sobre ello), y no digamos todo lo que tiene que ver con la magia y los poderes sobrenaturales de los protagonistas, lo que resta bastante realismo a las narraciones.

Sin embargo, hay también muchas novelas históricas de esta época que merecen ser leídas, y aquí debajo hago mención de unas cuantas:

La flecha negra (Stevenson, 1888)

Belisario (Robert Graves)

El nombre de la rosa (Umberto Eco)

Samarcanda (Amin Maalouf, 1988)

Un yanqui en la corte del rey Arturo (Mark Twain, 1889)

Ivanhoe (Walter Scott, 1820)

El puente de Alcántara (Frank Baer, 1991)

Leon el africano (Amin Maalouf)

El libro de Saladino (Tariq Ali)

A la sombra del granado (Tariq Ali, 1993)


Narraciones históricas de Camargo Rain

Quien esto escribe también ha escrito acerca de la Edad Media, en especial un libro, Dios conmigo, que relata la vida de un personaje (el calatravo) que vive esa época y, entre otros sucesos, asiste a dos batallas que figuran en la historia: la de Alarcos (1195) y la de las Navas de Tolosa (1212). Es un libro largo (500 págs.) en el que cuenta su vida como niño, joven, señor de la guerra, cantero, escultor (etc., etc., que se narran muchas cosas).

En Ojos azules se habla de la 2ª cruzada (s. XII) en el episodio denominado Hueste cristiana en las cruzadas, y asimismo en otro libro, Chica encuentra chico, se puede encontrar una historia medieval (siglo X) que se llama La torre y versa sobre la construcción de la torre de un monasterio.

A continuación pongo un trozo de un texto. Se trata del comienzo de la batalla de Alarcos en Dios conmigo.

[…]

Pocos días duró semejante estado de cosas, y en seguida llegaron mensajeros que nos ordenaban partir hacia el oeste y unirnos al grueso del ejército en las inmediaciones de la fortaleza de Alarcos, cuya guarnición continuaba encastillada. En compañía de Rubén me despedí de mis hermanitas como si no nos fuéramos a volver a ver, y con el amanecer del día siguiente nuestra hueste de Calatrava, unida a una interminable procesión de caballeros, carros y peones, partió hacia donde se encontraban las ingentes fuerzas venidas del norte, lugar al que accedimos rondando el mediodía y desde cuyas alturas pudimos contemplar las tropas que nos aguardaban y se guarecían en torno a las murallas a medio construir, y enfrente, lejos pero no tanto como para no poder distinguirlo, con quiénes teníamos que habérnoslas…

El ejercito musulmán, acampado en torno a un cerro, a primera vista no nos pareció invencible, pues manifiestamente se apreciaba que la fuerza de nuestra caballería era mucho mayor. En aquel lejano campamento podían observarse incontables carros, y de su interior surgían fumaradas sin fin, lo que daba indicios del enorme número de sus ocupantes, pero tampoco era menor el nuestro, cuyo aspecto nos produjo un gran asombro, pues ni yo, ni ninguno de los que me acompañaban, habíamos estado nunca en un real tan grande, que agrupándose en torno a la fortaleza en obras y el poblado aledaño, se extendía bajo nuestros pies y abarcaba hasta los más próximos oteros.

La columna en la que nos encuadrábamos descendió hasta la llanura, y habiéndonos señalado sitio para que nos instaláramos, recorrimos el campo y procuramos informarnos de lo que en él se decía.

Pasó la tarde entre unas cosas y otras, y aunque el revuelo y las incontenibles ganas de pelea se hacían patentes aquí y allá, no hubo más por aquel día y en seguida se echó la noche, encendiéndose hogueras en todos los rincones. Nosotros, al abrigo de unos carros que habían venido de Calatrava, hicimos lo propio, y alrededor del fuego de campamento fueron muchas las voces que se manifestaron y dieron su opinión sobre lo que nos esperaba. Corrió el vino y la comida, y todo fue el hacer cábalas sobre lo que pretendía el rey, aunque alguien apuntó que estaba esperando a que llegaran nuevas tropas de refuerzo, fuerzas procedentes de los reinos de León y de Navarra.

Luego transcurrió la noche, y tras el amanecer sonaron trompetas y clarines llamando a la lucha. En medio de la mayor de las confusiones y los gritos de ceñudos capitanes, una parte de la caballería se alineó y formó un enorme bloque. Nosotros lo observábamos expectantes desde el lugar que nos habían señalado, pues aquel día no entramos en combate, y de esta forma vimos cómo la muralla de hierro avanzaba lentamente al principio, para cargar luego contra las vanguardias enemigas, pero estas, que no eran numerosas, retrocedieron al galope y rehusaron la lucha. En su lugar aparecieron grupos de arqueros que lanzaron nubes de flechas sobre nuestros jinetes y después se escabulleron en el terreno. Semejante maniobra se repitió varias veces, pero no encontrando enemigo con el que luchar, nuestros caballeros tornaron al campamento sudorosos y gesticulantes y, por lo que me pareció entender, muy descontentos de lo sucedido.

Entre carreras, gritos, rebatos de los clarines y nubes de polvo que se levantaban aquí y allá transcurrió el día entero, día de sobresaltos, de llamadas, de formarse escuadrones y rendir luego las lanzas, de acudir a un lugar y otro y desgañitarse los capitanes sin motivo, y al fin, fuera de algunas escaramuzas en las alas de los ejércitos enfrentados, que se observaron y midieron sus fuerzas sin querer entrar en la pelea, no sucedió nada, sino que con la caída de la tarde retornaron las fumaradas en el campo enemigo y los fuegos de campamento en el nuestro. Todo se pobló de hogueras y centinelas que canturreaban sus consignas, y mientras dábamos cuenta de la pitanza y el vino, que en buenas cantidades guardábamos en los carros, más de uno nos preguntamos si no estarían los musulmanes esperando a que llegara la noche profunda para lanzar un ataque que nos cogiera desprevenidos… Allá, a lo lejos, en la falda de un terroso y alargado cerro que había a nuestra izquierda, eran aún más brillantes los fuegos, pues, según decían, era allí en donde estaban el rey y sus oficiales, que a buen seguro estarían discutiendo sobre el significado de aquella jornada de irracionales alborotos en la que el enemigo había sabiamente eludido la pelea.

Llegó el nuevo día, y con él las señales de que la jornada se anunciaba importante. Desde muy temprano sonaron los cuernos, y en seguida, advertidos por las ingentes nubes de polvo que al otro lado de la llanura se levantaban, pudimos entender que el ejército musulmán se ponía en marcha.

Todos nos aprestamos a armarnos como correspondía, y una vez sobre las cabalgaduras y tranquilizadas estas, pues se mostraban inquietas como si presagiaran lo que se avecinaba, cuando entre el fragor nos dirigíamos a las filas que se estaban formando, vi a Lope, revestido de la blanca túnica de la Orden a que pertenecía y caballero de una magnífica montura. Iba a dirigirme a él, pero era tal el tumulto que alrededor de nosotros había, que me contenté con hacerle un gesto con la mano, ademán que él me devolvió. Luego observé que a su lado estaba su padre, don Lope, que se ocupaba en ordenar la disposición de su hueste. Él me contempló con sorpresa, pues seguramente me creía muerto, pero luego apartó la mirada y la dirigió al frente.

Al fin, cuando las filas se cerraron, vi que a mi lado estaban Moisés y otros hombres que habían venido desde Calatrava. Nos encontrábamos en medio de un denso escuadrón, pero delante de nosotros había muchas líneas, lo que parecía indicar que nuestra entrada en la lid no iba a ser inmediata. Moisés me tendió un mendrugo de pan que sacó del zurrón.

–Cómelo –me dijo–; quizá sea el último.

Yo lo mordí con ansia mientras entre las recién formadas filas se levantaban clamores que hablaban de Dios y la victoria, y al compás de aquellas voces que parecían surgir de todas partes, los caballos relincharon y patearon y a duras penas fueron retenidos por los acorazados jinetes, alguno de los cuales rodó por el suelo.

Ante nosotros se mostraba una multitud de zenetes vestidos de negro, tribus enteras llegadas de África, según decían, provistos de escudos y largas espadas que nos observaban imperturbables. Estaban tan cerca que podíamos distinguir los rasgos de sus caras oscuras, y cuando me entretenía en intentar desentrañar sus emociones, se escucharon agudos gritos que partían de la parte delantera y pudimos observar cómo las primeras líneas, en cerrada formación, iniciaban un trote moderado hacia el centro del ejército enemigo, aquellos gigantescos jinetes que les aguardaban impávidos.

La masa de caballeros se precipitó contra las filas almohades, y vimos cómo las lanzas se rompían y las espadas centelleaban. Algunos caballos rodaron por el suelo causando gran confusión, y después el polvo levantado por el combate nos ocultó lo que sucedía.

Todos mirábamos ansiosamente hacia el lugar cuando se escucharon nuevos gritos, y vimos que las siguientes filas de acorazados caballeros emprendían la carrera y se internaban lanza en ristre en la polvareda.

Durante algún tiempo no supimos qué sucedía ni cuál era la suerte que habían corrido nuestros soldados, pero luego, emergiendo de la nube, grupos de jinetes retrocedieron al galope hacia nuestras filas, las sobrepasaron y parecieron ir a colocarse en la parte trasera del ingente conglomerado de hombres y caballos que aguardaba su turno.

Cuando el polvo se reposó vimos que la primera línea enemiga había sido deshecha, y aquí y allá podían observarse caballos y hombres, unos agonizantes y otros derribados, en desordenada confusión. En el centro de aquel cuadro se sostenían múltiples y descabaladas figuras que, a pie y utilizando las espadas a guisa de molinetes, arremetían contra las negras filas de seres armados de picas, que parecían retroceder ante el empuje demostrado por los nuestros.

Los más terribles alaridos sonaron entonces, y obedeciendo a ellos, varios escuadrones que se situaban en los flancos y portaban enseñas en el extremo de sus lanzas, embistieron furiosamente las compactas filas enemigas, en las que abrieron amplios huecos. Delante de nosotros se trabó una furiosa batalla, […]

 

… y hasta aquí este principio de la batalla de Alarcos. Debajo coloco los enlaces a estos libros.

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La novela histórica (3): primeras civilizaciones

07 miércoles Feb 2018

Posted by camargorain in fotografía

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Época segunda: de las primeras civilizaciones a la caída del Imperio Romano.

Esta época ha sido una de las preferidas por los escritores del género al que aludimos, sin duda porque de aquellos tiempos nos han llegado multitud de documentos. Geógrafos como Estrabón o Plinio el viejo; historiadores como Tito Livio, Suetonio o Apiano; filósofos como Platón, Séneca o Virgilio… Todos nos han hablado de su tiempo, en algunos casos con multitud de detalles de la vida cotidiana de tales entonces, y los autores modernos dedicados a glosar aquellos tiempos han encontrado la mitad del trabajo hecho, pues no sólo se han apoyado en obras que nos llegan directamente desde dos o tres mil años atrás, sino también –y esto es de justicia decirlo– en libros de historiadores modernos, como Carcopino. Esto (lo de inspirarse unos en otros), ha sucedido siempre, pues tanto Estrabón como Plinio el viejo –por poner un ejemplo–, al hablar de Iberia (o Hispania) se basaron en testimonios de personas ajenas, puesto que ellos nunca estuvieron en la península.

Libros de estas épocas hay muchísimos, y por citar unos cuantos nombraremos algunos de los más famosos, tales como Sinuhé el egipcio (Mika Waltari); Quo Vadis? (Sienkiewicz); Ben-Hur (Lewis Wallace); Yo, Claudio (Robert Graves); Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar); Los últimos días de Pompeya (Edward G. Bulwer Lytton); El asirio (Nicholas Guild) y Salambó (Gustave Flaubert, 1862).


Narraciones históricas de Camargo Rain

Para no ser menos, también Camargo Rain (servidor) ha dedicado cierta parte de sus escritos a aquellas épocas, y de esta forma hay episodios de Ojos azules que tratan de ellas, tales como Guerreros entrando en una ciudad (los sumerios), Tirios hacia la Puerta de Melkart (fenicios), Romanos en la urbe (romanos), o Bárbaros atravesando una cordillera (aventura protagonizada por un suevo que encontró a una chica en un bosque), y asimismo en otro libro, Chica encuentra chico, en el que se puede leer una historia del tiempo de los hispano-romanos ambientada en el siglo IV y en la cuenca del Duero que se llama El río. (Este libro [Chica encuentra chico] existe, pero aún no está publicado.)


A continuación coloco un trozo de este libro, Ojos azules, para que lea el que le guste hacerlo:

CINCO MIL AÑOS ATRÁS: GUERREROS ENTRANDO EN UNA CIUDAD

LA SUBIDA A LA MONTAÑA

Los tambores atruenan los oídos de quienes nos encontramos formados en la llanura. Atrás queda el gran campamento que nos ha albergado durante los últimos meses, multitud de lienzos que transportamos por el desierto lejos de las tierras feraces y las riberas bañadas por las aguas de nuestro ancho y amado río, ingratos lugares a los que no volveremos tras la incontestable victoria. Ante nosotros, iluminadas por la luz de la mañana, se alzan las poderosas murallas de la gran ciudad a la que pertenecemos, que se libró del asalto y el pillaje merced a nuestra sangre y esfuerzos.

Desde el amanecer permanecemos ordenados en largas filas que se extienden hasta donde alcanza la vista. Los capitanes vocean las órdenes con dificultad ya que somos muchos los hombres que ansiamos sobrepasar las puertas, y los cuernos emiten sus roncos quejidos llamando a la población al acontecimiento. Nosotros hemos ocupado los puestos que nos corresponden, pero antes nos han distribuido dobles raciones porque la jornada va a ser larga. ¡Qué lejos de las privaciones pasadas en el campo de batalla!, donde los cupos eran escasos y la miseria de la tierra quemada nos obligaba a pelear para alcanzar algunas migajas, pero aquello pasó, y con la victoria se han abierto las puertas de los almacenes y graneros de la ciudad, de los que nos han servido en abundancia.

Los extranjeros que vinieron de oriente son los enemigos cuya capital es Umma, enorme y cochambrosa ciudad que no disfruta de las ventajas de la cercanía de los ríos y sus rimeros de frondosas huertas; lo sé bien, yo, que estuve en ella y por sus calles corrí tras los habitantes enarbolando la aguda espada de bronce. En sus planes entraba el privarnos del agua y esclavizarnos, y por eso levantaron un nutrido ejército que intentó llegar hasta nuestras tierras, pero ahora nos pagarán tributo, pues la fuerza que les opusimos se reveló superior a la suya. Todos cayeron ante nuestro empuje. Primero fueron los pastores de las vegas; más tarde las desorganizadas huestes que guardaban la ciudad, y al fin sus habitantes, muchos de los cuales no verán amanecer otra vez. Corrió la sangre en abundancia y las mujeres y los niños llevaron la peor parte, como sucede siempre que el dios de la guerra revive hazañas pasadas…, pero no es el momento de pensar en ello, pues aquellos días quedaron atrás y su memoria será pronto cubierta por el polvo del desierto.

Ahora ya decrecen los gritos y únicamente quedan los cadenciosos golpes en los parches de los tambores. Los murmullos recorren las filas, y las nubes de polvo que vemos al frente nos indican que el ejército se ha puesto en marcha y las vanguardias se aproximan a la más fuerte y guarnecida de las puertas de la muralla, en cuyas inmediaciones nos aguarda el pueblo apiñado y vociferante…

Lugalbanda, hijo de Enmerkar, biznieto del dios sol que le salvó la vida; rey de Uruk y sus llanuras canalizadas y ahora también de Umma y Kutallu y las turbulentas bandas de pastores que habitan las tierras intermedias y no pudieron con nosotros. Lugalbanda, rey sacerdote de Uruk, la ciudad que fundaron los dioses en el principio de los tiempos, puso en pie un ejército para restaurar el omnímodo poder que algunos le discutían, y poniéndose a su frente recorrió la ancha tierra hacia el norte hasta alcanzar el lugar de los conflictos y las matanzas. A él debemos acatamiento, y a sus propósitos, que a todos convienen.

Nuestro objetivo es la mastaba que en el extremo opuesto de la ciudad se yergue, altísima construcción escalonada desde cuya cúspide los poderosos se relacionan con los dioses. Hasta la cumbre arrastraremos los carros del rey y su séquito ayudados por los asnos y los látigos de que disponemos. Somos atroces como ejército triunfador, y estamos embebidos en la soberbia de la victoria, que no fue fácil sino áspera e inclemente, aunque al fin los que todo lo pueden se dignaran derramar fortuna sobre los elegidos. Nuestro designio es la cima de la mastaba, a la que conduciremos el carro del rey y las hileras de guerreros cautivados, que ascenderán derramando sudor por la inclinada rampa, ahora esclavos y antes individuos libres en los campos, que se aventuraron a cambiar su plácida vida engañados por reyes y llevados a ello por la codicia.

Ya suenan urgentes los clamores de la victoria, y precedidos del enorme y albino onagro, rey de su manada, al son del tambor emprendemos la marcha triunfal que nos llevará hasta la más alta de las terrazas del zigurat. ¡Allá vamos!, pueblo de Uruk que nos admiras y agradeces lo que por ti hicimos; pueblo de Uruk, que ocasión tendrás en breve de reintegrárnoslo.


Aquí dejo los enlaces a Ojos azules, por si alguien siente curiosidad:

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Ojos azules en papel =

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Blog en el que se habla de Ojos azules:

https://ojosazulesnovelahistorica.blogspot.com.es/


En entregas posteriores (en este y otros blogs) seguiré hablando de estos asuntos, y mientras tanto podéis mirar aquí:

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La novela histórica (1): génesis y subgéneros más comunes

16 martes Ene 2018

Posted by camargorain in literatura

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Novela histórica sería aquella en la que, mediante el uso de personajes en general ficticios, se describe algún capítulo de la historia de las personas. Para ello, claro es, hay que basarse en hechos y datos históricos, y tener una cierta idea de lo que sucedía entonces y de cómo eran las cosas, pues de no ser así, es fácil caer en excesos y anacronismos que restan verosimilitud al relato. (Recuerdo uno en el que aparece la reina Isabel la católica tomando chocolate para desayunar.)

La primeras novelas históricas se remontan a la antigüedad (La Ilíada podría ser una de ellas), pero la novela histórica, tal como la entendemos hoy, nació en el siglo XIX de la mano de los románticos, que siempre fueron muy aficionados a las nieblas de lo exótico, lo misterioso y lo maravilloso.

Aunque hubo autores anteriores, se suele decir que fue Walter Scott el iniciador del género, en especial con su archicélebre Ivanhoe, escrita en 1812 sobre la Edad Media en la Inglaterra del siglo XII.

 

Durante el siglo XIX se escriben multitud de obras de esta temática, en especial en Europa. De habla inglesa se pueden citar Stevenson y Feminore Cooper (en EEUU). En Francia cultivaron el género Victor Hugo, Alejandro Dumas y Flaubert. En España, Espronceda y Larra, y sobre todo Pérez Galdós y sus monumentales Episodios Nacionales, así como Baroja con su ingente obra titulada Memorias de un hombre de acción (22 libros). En Italia, Manzoni, Varese y Cantú, a los que modernamente habría que añadir a Umberto Eco (El nombre de la rosa). En Rusia, Tolstoi (Guerra y paz)…

Otros nombres a los que se puede aludir son Dickens (Historia de dos ciudades, sobre la revolución francesa), Sienkiewicz (Quo vadis?, de romanos), Mika Waltari, Robert Graves, Marguerite Yourcenar, Alejo Carpentier (El siglo de las luces, sobre el siglo XVIII), Valle-Inclán y Ramón J. Sender. (Lo anterior está extractado de Wikipedia.)

En fin, estos son algunos nombres porque que la lista es larga, larguísima, y quien quiera leer algo mucho más completo que este breve apunte, puede ir al siguiente enlace, en donde se dan datos con profusión:

https://es.wikipedia.org/wiki/Novela_histórica

 

Narraciones históricas de Camargo Rain

Echando su cuarto a espadas, el autor de la presente comunicación (Camargo Rain) también ha escrito novelas de este género, con cuya génesis y redacción se ha divertido mucho. Ahí es nada estudiar y rebuscar en los libros de historia, y diseñar aventuras que entretengan al público…

En unos y otros libros ha tocado casi todas las épocas de las que nos habla la historia, y para no cansar, citaré sucinta y cronológicamente algunos:

La Edad de la Piedra aparece en Ojos azules

La antigüedad (sumerios, fenicios, romanos…) en el mismo libro y en un episodio de Chica encuentra chico.

La Edad Media en Dios conmigo, en Ojos azules y en el episodio llamado La torre de Chica encuentra chico.

De los siglos XVI y XVII se habla en Ojos azules, Chica encuentra chico y, sobre todo, El viaje del morisco.

Los siglos XVII (el final), XVIII, XIX y XX se desgranan en la tetralogía La verdadera historia de Juan Evangelista.

El siglo XIX aparece también en el episodio histórico denominado El papel de Londres de Chica encuentra chico, y para rematar la faena nos resta añadir que Ojos azules es una novela en la que, mediante quince episodios, se pasa revista a otras tantas épocas (desde hace 100 millones de años hasta la actualidad).

Aquí debajo pongo los enlaces a estos libros.

Dios conmigo en versión Kindle =

https://www.amazon.es/dp/B018XOY7NU

Dios conmigo en papel =

https://www.createspace.com/5980506

Blog en el que se habla de Dios conmigo:

https://diosconmigosite.wordpress.com/

Ojos azules en versión Kindle =

https://www.amazon.es/dp/B072N822Q9

Ojos azules en papel =

https://www.amazon.es/Ojos-azules-Camargo-Rain/dp/1547093064

Blog en el que se habla de Ojos azules:

https://ojosazulesnovelahistorica.blogspot.com.es/

 

En entregas posteriores (en este y otros blogs) seguiré hablando de estos asuntos, y mientras tanto podéis mirar aquí:

https://www.amazon.es/Camargo-Rain/e/B019RODFL0

LIBROS GRATIS de Camargo Rain: hay un sitio donde descargarlos

11 sábado Nov 2017

Posted by camargorain in literatura

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Etiquetas

amazon kindle, Camargo Rain, crucita y yo, dios conmigo, narraciones contemporáneas, novela histórica, novelas de aventuras, novelas gratis para descargar, ojos azules

La página cuya cabecera antecede a estas líneas, que puse en marcha hace tiempo y luego había dejado abandonada, vuelve a estar disponible, y con más cosas para descargar. Ahora, aparte de los Cuentos de hadas, está El notario de Liébana (un corto de misterio) y la Edad de las tinieblas,

primer libro de las andanzas de Juan Evangelista por nuestro planeta.

Este personaje, del que a lo mejor alguien recuerda que vivió 300 años, al final de su vida escribió sus memorias, y como 300 años son muchísimos le salieron cuatro libros. El citado, Siglo de las luces, Era de las máquinas y Perpétuum móbile. He puesto el primero en descarga libre por si alguien lo quiere leer. Trata de su infancia y adolescencia, que vivió desde 1680 a 1750 (más o menos) en diversos lugares de la geografía española: las tierras salmantinas de Ciudad Rodrigo, de donde era oriundo, y las de Úbeda, en donde habitó en un convento. En fin, la cosa no es sencilla y prefiero que lo leáis a tener que explicároslo. El que quiera puede ir a esta dirección,

https://sites.google.com/site/novelasgratisdecamargorain/

y allí descargar (gratis, como es lógico, y sin virus ni troyanos) lo que aquí digo y alguna otra cosa.

También podéis mirar AQUÍ

 

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