Cuando se publica un libro (sea narrativa, poesía, ensayo, etc.) hay que embaucar al lector para que lo compre y lo lea. Prescindiendo de la publicidad, que no está al alcance de todos, existen para ello varias herramientas que hay que cuidar al máximo, las principales de las cuales son: la portada, el título y la sinopsis o compendio de lo que en su interior se encierra.
La portada es la más importante, pues de su aspecto dependerá que el potencial lector se sienta atraído por lo que tiene entre las manos. El título, por supuesto, también es clave en la comercialización del producto, y por lo general es preferible que sea corto (de menos de cinco palabras, a ser posible): Tormento, Fortunata y Jacinta, Teatro crítico, Cien años de soledad, Cuentos intraducibles… En fin, qué sé yo.
Y la sinopsis, esa sí que es importante. Un párrafo o dos que suele venir en la contraportada (si es en papel) o al principio de la página de distribución si es una edición electrónica. Ahí hay que echar el resto, y redactarlo de la más exquisita manera que sea posible, huyendo de lugares comunes y muletillas. Es preciso inventar algo nuevo…, y para ilustrarlo, aquí debajo pongo un ejemplo, o mejor dicho, tres ejemplos:
Crucita y yo
Esta es la vida de dos hermanas. La mayor se llama Nastasia, que con su madre emigró a la capital del reino cuando era pequeña. Veinte años después su madre volvió a quedar embarazada y tuvo otra hija, Crucita.
Las mujeres de este libro son fantásticas: Nastasia, Crucita, la abuela de las niñas, la madre, la tía Conchita –personaje de carácter…
Entre los hombres, en cambio, hay de todo. Del padre, mejor será no decir nada. El Rockero —el Rockero solitario—, el novio de Nastasia, es de lo que no hay, y los novios de Crucita son dos: Atahualpa, el bueno, y Rafa, del que igualmente callaremos.
Parece sencillo, pero no lo es tanto. Durante casi 700 páginas sucede de todo…, aunque no me tomaré el trabajo de destriparla: el que quiera enterarse, que la lea.
Lo anterior es un resumen sucinto, al alcance de todos los públicos, de lo que en las páginas del libro se cuenta. Sin embargo, esta labor (una síntesis de la narración) se puede abordar de mil maneras, y para que se vea que lo que digo es cierto y todo es cuestión de echarle más o menos fantasía al asunto, he aquí otra:
Crucita y yo
Crucita, niña rizosa, poetisa, trigueña, ojizarca…, y lo que es más, chavala espectacular, parlanchina a más no poder y señalada por el dedo del Cosmos, que no es cosa que se vea todos los días. Ser privilegiado, en suma, cuyas andanzas son largas y enrevesadas, sí, muy aparatosas y teatrales, y movidas…
Crucita, a quien también se conoció como Maricruz (pero eso no se dice porque es nombre de gallina), o como rubia, bella durmiente, niña pequeña, especie de maciza y otros muchos adjetivos del mismo tenor, nació de unos seres que se querían; vivió a cuerpo de rey toda su vida; se reprodujo, aunque no sin dificultades, y enfiló el camino hacia adelante con la satisfacción del deber cumplido.
¿Aún me escuchan…? Pues les voy a decir más. Palabras acabadas en culo hay muchísimas, casi todas de cuatro sílabas, y las principales son: báculo, cenáculo, pináculo y tabernáculo; vernáculo, espiráculo y oráculo; o bien, espectáculo, habitáculo, tentáculo y obstáculo…
Pero no queda aquí la cosa, sino que…
Crucita y yo es una novela, pero Crucita, su insigne protagonista, es una niña de las que no se ven –imagino que eso ha quedado claro–, aunque además es…
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